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domingo, 16 de enero de 2011

¿POR QUE? - MEMORIAS DE UN PERDEDOR



CAPITULO 38

INTERMEDIO

Tiempo de pausa. Obligada por las circunstancias. Que podemos usar para volver la vista atrás y ver y evaluar lo hecho sin el apuro del trajín diario y la casi necesidad de escribir y describir estos pedacitos de vida prácticamente todos los días a partir de la decisión de hacerlo en forma sistemática. La  inconstancia ha sido uno de mis rasgos característicos y talones de Aquiles, rasgo que me ha dado siempre dolores de cabeza y causa de no pocos fracasos. Mis pensamientos van mucho más rápido que mis acciones y suelo dejar cosas a medio hacer persiguiendo nuevas alternativas que me suenan tentadoras. El que mucho abarca, poco aprieta dice el refrán. En líneas generales ese ha sido mi ”modus vivendi”. He sido peón de todo y oficial de nada.
Lo que tiene también sus ventajas. Tengo una enorme capacidad de síntesis lo que me permite, no sólo acumular experiencia mucho más rápido que lo común, sino tener la capacidad de ver las conexiones entre unas cosas y otras y apreciar las globalidades más rápidamente que el promedio de las personas, dicho sin falsas modestias, que a esta altura del campeonato no tienen sentido. La macana es que no he tenido, y todavía no tengo, la capacidad de trasmitir a mi entorno, ya sea familiar o social, las ventajas que obtengo personalmente de esas condiciones naturales. Pero eso ha sido casi podíamos decir parte de nuestro ADN familiar. No pocos quilombos tienen su origen en nuestra ya ancestral falta de comunicación. El deseo muchas veces de no herir susceptibilidades o de crear algún desencuentro, normalmente nos ha metido en callejones sin salida donde todos hemos salido mucho más lastimados que si hubiéramos planteado diferencias y desavenencias a su debido tiempo y frontalmente.
Según reza mi filósofo de cabecera, Don Atahualpa Yupanqui, “SI HE PASAO LAS QUE HE PASAO, QUIERO SERVIR DE ALVERTENCIA: EL RODAR NO SERA CENCIA, PERO TAMPOCO ES PECAO”.
Esa es quizás la razón que me ha movido más para trasmitir estos recuerdos. Que las nuevas generaciones tengan en cuenta los hechos que nos han dividido y todavía nos dividen. Y que traten de romper esa cadena que nos ha jodido al menos los años que figuran en mi memoria. Seguimos contando, creo yo al menos, con un elemento valioso. El amor que nos une por encima de todas las cosas. Y que debiera ser la base donde se asienten todas nuestras relaciones, aunque el sistema nos desparramó como hojas en el viento de otoño. He aprendido, a fuerza de porrazos a veces, que las diferencias son sólo eso: diferencias, y que deben ser tratadas en el terreno de las diferencias sin interferir en los demás ámbitos, y menos que menos en el del amor que nos hace uno sólo. “CADA QUIEN TIRE ANDE TIRE, CON SU CONCENCIA POR CENTRO”, vuelve a sentenciar Don Atahualpa. Eso puede hacer que cada quien tenga su óptica particular sobre las cosas de la vida, y es normal que así suceda. Somos seres únicos e irrepetibles. Pero eso ni siquiera debería rozar el sentimiento base de la vida misma. El Amor.
No es al cuete que quizás los dos, (para mi al menos), representantes máximos de la raza humana; Cristo y el Che, han basado, no sólo su doctrina, sino su accionar práctico en el Amor. Los dos afirmaron en la práctica sus ideas. Los dos terminaron dando lo más valioso que poseían, su vida, por amor a otros seres que ni siquiera conocerían. Es pues ese amor el único sentimiento en verdad revolucionario y sin el cual ninguna revolución será posible por más predicaciones, avemarías y padrenuestros y discursos de barricada que  hagan los que se dicen seguidores de uno y del otro.
Bien, es hora de la pausa, de una pausa obligada. Ojalá que toda esta aventura que emprendí, y que continuaré mientras tenga fuerzas y computadora,  tenga sus frutos y que dentro de algunos años quienes nos sucedan, cuando nosotros hayamos partido a otra dimensión con la intención de mejorar lo que hicimos en esta, puedan decir que sirvió para algo y que introduzca en nuestra historia cosas más positivas que las que nos ha tocado vivir a nuestra generación.
Hasta la próxima pues, y como decía Mama, si Dios quiere y la virgen y el toro negro me deja.
Con Amor,
                                                EL CHE CACHO




viernes, 14 de enero de 2011

¿POR QUE? - MEMORIAS DE UN PERDEDOR

MAMA VIEJA

CAPITULO 37


LOS ABUELOS (9)


“Nunca se llamó dotor, pues se curaba con yuyos
O escuchando los murmullos de un estilo de mi flor”.
Coplas del payador perseguido.
Atahualpa Yupanqui.

Así funcionaba la cosa con Mama. Mientras éramos gurises y ya de grandes. Era una especie de chamán yuyero de la familia. No se necesitaban antibióticos, vacunas ni nada de esos “adelantos científicos” que, convertidos en un gigantesco comercio mundial, solo comparable al tráfico de drogas, nos atosiga y atosigamos a nuestros vástagos. Tenía un yuyo siempre a mano para casi todas las dolencias y ante cualquier problema corríamos a ver que decía y nos recetaba Mama. Unto sin sal, hojas de tártago, marcela, manzanilla, boldo, palma imperial, eucaliptos, salvia, carnicera, yerba del pollo, mercurio, eran las panaceas vegetales que nos mantenían alejados de  la mayoría de los males que hoy provocan grandes gastos en médicos, análisis, radiografías, ecografías y demás parafernalia sanitaria. Por suerte no se habían inventado virus y bacterias que tanta ganancia dejan hoy día a la industria del medicamento y a los médicos pagados por esa misma industria para fabricar enfermos crónicos que deban consumir medicamentos durante toda su vida que probablemente para eso alargan, y muestran después como un adelanto de la ciencia. Si el mal excedía la capacidad curativa de los yuyos, tales como el mal de ojo, la paletilla caída, una culebrilla medio rebelde, la pata de cabra o algún tipo de daño, se recurría a un/una especialista: la curandera, que dependiendo de la magnitud de la dolencia, con una o más sesiones de santiguados y oraciones nos dejaba como nuevos.  Y si uno era devoto de algún santo medio milagroso, unos rezos no estaban demás y reforzaban los conocimientos científicos. Recién a partir de ahí, si no había resultados favorables se recurría a los médicos. Que comparados con los de hoy eran verdaderos sabios. Pero, al menos de gurises requeríamos los servicios chamánicos de Mama, y no nos ha ido tan mal.
Producido el “conejazo”, a los pocos días Mama consiguió una casucha en Cno. Carrasco entre Pirán y Aguacero. Yo estaba tan apegado a Mama que decidí, pataleta y llanto histérico mediante, irme a vivir con ella. Así que contrató un flete, (jardinera con caballo), junté una pocas cacharpas y me fui con Mama dejando la casa paterna. De querer obligarme por la fuerza a quedarme, se corría el riesgo de producir otro relajo, a lo mejor más grande, y el Viejo cedió a regañadientes. Téngase en cuenta que yo tenía apenas tres o cuatro años, de modo que la situación era para volver loco al mismísimo Freud con todas sus boludeces. Hicieron falta quince días de visitas diarias del Viejo y la Vieja y la opinión de Mama para convencerme de que, fuera como fuera, mi núcleo familiar eran el Viejo y la Vieja, y a él pertenecía. De modo que cual tratativa digna de un conflicto bélico de mediana intensidad, decidí, no muy convencido, volver a la casa paterna y dejar que la vida adquiriera algún viso de normalidad.
Después de unos años de la diáspora, las aguas parecieron aquietarse y volvimos a vivir juntos en la casa de Camino Carrasco, un buen tiempo.
Hasta que la aparición de los viejos resquemores familiares, forzaron otra separación, esta vez al menos no traumática. Cada quien tomó un camino diferente y ya. Mama, la Tía y el Tío Baba se mudaron a unas cuadras, (Cno. Carrasco y 20 de Febrero), y nosotros nos mudamos a Oficial 8 y Veracierto. No estábamos muy lejos geográficamente, pero cada uno siguió un camino  independiente.  Yo ya había entrado en la adolescencia y consideraba que mis propios problemas eran los realmente importantes y que los desaguisados familiares eran cosa del pasado. Aunque de tanto en tanto teníamos alguno, como para no perder el entrenamiento, me resultaban secundarios y hasta anecdóticos a veces. A pesar de todos los pesares creo que nunca rompí esa especie de cordón umbilical que me unía a Mama.
Voy a saltar deliberadamente unos cuantos años en el tiempo, hasta el momento en que, tal como lo dice la canción, le dije adiós con la mano y la dejé con tristeza en la puerta del rancho. Y me marche con mi bagaje de sueños. Alguno que otro se cumplió, muchos quedaron por el camino como mojones de otros tantos fracasos. Otros definitivamente fueron descartados. Aparecieron nuevos sueños de los cuales también se pudo cumplir con algunos, muchos fracasaron, pero a diferencia de los originales hay otros que se cumplirán aun cuando yo no esté, porque son sueños colectivos en los cuales hemos puesto todo el esfuerzo junto a otros que han tenido el mismo sueño.
La vida me dio el changüí, al menos por un tiempo, de dejarme volver al pago, y al rancho de Mama, ahora si Mama vieja.
Volví a disfrutar de sus viejas historias que parecían nuevas cada vez que las contaba. De sus mates de té y yuyos. De conversar de sus recuerdos; de compartir sus silencios. De sus chistes y porque no de alguna de sus cabronadas, ya que como el zorro, podía perder el pelo pero no las mañas. Tenía una inveterada costumbre por  poner sobrenombres a todo el mundo. Un día me “rebautizó”: Kun Fu. Por el personaje de la televisión. Porque siempre andaba desarrapado, con un bolsito terciado a la espalda con alguna cacharpas necesarias y siempre caminando. De aquí para allá, porque sencillamente no tenía una moneda para el ómnibus. Pero tenía piernas fuertes como para realizar las tareas que me permitían perseguir ese sueño todavía incumplido.
Así como siempre hay una primera vez para todo también existen las últimas veces. No puedo precisar el momento exacto, pero hubo ciertamente un último adiós con la mano y de nuevo la tristeza de dejarla en la puerta del rancho.
Viajaba una tarde en el colectivo para hacer no recuerdo que trámite ya vuelto al exilio, cuando de pronto estalló en mi cabeza, como si tuviera puesto audífonos y un walk-man, esa zamba: MAMA VIEJA. Sin importarme de la gente, se me llenaron los ojos de lágrimas. La nostalgia sumada a la distancia pensé para mis adentros cuando paró la música. Y no le di más trascendencia al asunto. Cuando volví esa noche a casa me esperaba la noticia: Mama se había marchado. Por prevista no fue menos dolorosa. Su cuerpo y su mente habían dicho basta hacía ya un tiempo. Sólo quedaba su corazón. Hasta que el se unió al cuerpo y la mente y juntos decidieron probar suerte en otra dimensión. Pero este final, lógico, dadas la edad y las penurias soportadas, aunque parezca contradictorio no fue tal.  Algunos años después, estando de vacaciones y compartiendo unos mates de té con la Tía, la conversación derivó casi sin querer al recuerdo de Mama y sus cosas. En un momento, como un comentario más me dijo la fecha y la hora exacta en que Mama se había marchado. Fue como si me hubieran dado un mazazo en la frente. El día y la hora coincidían exactamente con el día y la hora que de pronto y sin siquiera pensarlo sonó en mi cabeza la mentada zamba. Cuando le dije lo que me había pasado nos quedamos en respetuoso silencio, como si ella anduviera por allí todavía.
Sin duda se despidió de mí aquella tarde con algo que nos era tan común.            
                         “YO SE QUE POR LAS NOCHES
                       DESDE UNA ESTRELLA ME MIRA;
                       USTED SE FUE MAMA VIEJA
                       Y MI ALMA LLORA Y SUSPIRA.
                       MAMA VIEJA, YO LE CANTO DESDE AQUÍ
                       ESTA ZAMBA,
                       QUE UNA VEZ LE PROMETI.
                       ZAMBITA HAI SER LA PRIMERA
                       PA QUE SE ACUERDE DE MI.”
Nuestras dimensiones se volvieron a cruzar fugazmente años después, pero eso es otra historia.

¿POR QUE? - MEMORIAS DE UN PERDEDOR

MAMA

CAPITULO 36

LOS ABUELOS (8)

Mama es sin duda el mayor desafío que me presenta esto, que de algunos apuntes sueltos con recuerdos parciales, se va convirtiendo por fuerza propia en casi un libro con una parte de mis memorias o más bien relatos de hechos que he vivido y han dejado su huella y jirones de la tela que va tejiendo el telar de la historia.
El desafío estriba en que es lo que quedará registrado y que no. Elección difícil si las hay. Sucede lo mismo con los demás integrantes de la familia que han desfilado hasta ahora y de los cuales apenas si han quedado registrados solo algunos, los menos, recuerdos que han venido a mi memoria. Quizás si hubiera emprendido esta tarea 20 años antes, pudiera haberla planificado un poco mejor, y la historia y el consiguiente legado a las nuevas generaciones aparecería mucho más completo. Pero como dicen ahora, es lo que hay, y los que aprecien la idea de saber de donde provienen, tendrán que conformarse con este pantallazo muy general que intenta ubicarlos en tiempos y espacios ya trascurridos y con una visión parcial ya que es sólo la mía.
Por datos que fui recogiendo en el tiempo, la vida de Mama fue muy dura, lo que configuró al menos en lo que se podía ver una personalidad muy dura, con resentimientos y rencores, que muchas veces no se molestaba en ocultar. Y que, en ocasiones eran francamente agresivos. Las condiciones del entorno en que uno desarrolla su vida determinan sin duda su actitud ante la vida, ya que en ello va nada menos que la supervivencia.
Pero ni bien uno lograba traspasar esa coraza protectora encontraba un ser con una capacidad de amar extraordinaria.
No conoció a su padre, Su madre, aunque la madre era poseedora de campos en Entre Ríos prefirió, vaya a saber por que,  la vida nómade de peona de estancia. Tenía un carácter bastante agreste y no aguantaba muchas pulgas, así que cuando algo no le gustaba, ahí nomás pedía que le arreglaran las cuentas, hacía su atadito con sus cacharpas y las de Mama y se mandaba a mudar en busca de otra estancia. Tuvo otros hijos, producto quizás de amoríos pasajeros, o fruto de la costumbre casi feudal de esa época del derecho de propiedad que los patrones hacían extensivos a los seres humanos que trabajaban sus tierras sobretodo a las mujeres. Lo concreto era que esos hijos, sin importar su procedencia, quedaban  en las estancias donde habían venido al mundo. Puede que parezca cruel y despiadado, pero hay que verlo a la luz del contexto histórico donde se podría decir que era casi normal que esas cosas sucedieran. Aunque hoy día hay lugares en que sigue sucediendo y a veces con más saña, ya que hoy ha dado lugar a una deleznable actividad económica: la venta de esos bebés.
La única que conservó como compañera de andanzas, también sin que llegara hasta nosotros el porqué, fue a Mama. De esos años y esas andanzas nos contaba Mama una y otra vez historias que atesoraba en su memoria. Cuando la tecnología me permitió tener un grabador siempre tuve la intención de sentarnos una tarde, como cuando éramos chicos y grabar, de su boca esas historias que nos sabíamos de memoria por aquello de la trasmisión oral. Pero junto con la intención, aparecía la  malhadada idea de dejarlo para después y después es nunca. Así nos perdimos, por mi desidia, un documento que hoy sería invalorable, porque no es lo mismo que yo lo cuente a que ella lo hubiera hecho. Por ahí, más adelante, sin la urgencia por dar este pantallazo general, pueda hacer un aparte y trascribir al menos las historias que recuerde.
Mama me crió hasta los tres o cuatro años. Todos esos años que vivimos juntos hasta que el episodio de la batalla del conejo, provocó la separación que ya he relatado. Prueba de ello es que no tengo prácticamente recuerdos de la Vieja de ese periodo de la historia. Puede haber sido por ser el primogénito, o porque descubrió un canal por donde hacer circular todo ese amor que escondía bajo su apariencia de mujer dura e inmutable, lo cierto es que el único contacto que le permitía a la Vieja era el momento de amamantarme. Según me contó la Vieja, todas sus otras funciones de madre le estaban vedadas por Mama en una situación no muy regular, pero así eran las cosas. Una vez, aprovechando que Mama no estaba, me vistió y decidió salir a dar una vuelta. Tomó el tranvía hasta el Centro y volvió; ese fué todo el paseo con su bebé. Al volver estaba Mama esperándola y ni bien entró le sacudió una torta por el “temerario” acto cometido encima sin su permiso. Que los sicólogos se entretengan tratando de buscarle una explicación. Con ese desplazamiento de funciones no es nada raro que no tenga prácticamente recuerdos de la Vieja hasta después de  la separación forzosa que trajo aparejada la “batalla” del conejo. No es extraño pues que en mis primeros registros aparezca la figura de Mama y en segundo lugar la del Tío Baba.
La casona estaba situada al fondo de otra casa donde también un par de abuelos criaban a sus nietos y debíamos recorrer un largo pasillo hasta llegar a la vereda, que en ese tiempo no existía como tal sino que toda la calle era de tierra. El entretenimiento diario, mientras el tiempo lo permitía era ir a la “vereda” y hacer un pic-nic. Allí juntábamos palitos y simulábamos una fogata de campamento, mientras tomábamos mate de leche que a mí me encantaba. Pasaba esperando con ansiedad ese momento del día que me dejaba una sensación de paz y felicidad como muy pocas veces he disfrutado en la vida. La única cosa que me dejaba un sabor triste era cuando me cantaba, a veces, la zamba Mama Vieja, que había hecho popular Antonio Tormo. Tenía una hermosa voz y prácticamente no desentonaba.
 Relata la historia de un mozo que deja su casa para ir a hacer su vida. Se dirige  a su madre llamándola Mama, como nosotros le decíamos a la abuela, y en la canción creo que no volvía a verla. “Cuando salí del pago, le dije adiós con la mano, y ud. quedó mama vieja muy triste en la puerta´el rancho”. La imagen que se creaba en mi cerebro cuando escuchaba esa frase era de una tristeza tremenda. No me imaginaba despedirme de Mama y verla quedarse triste en la puerta de casa. “Y enderecé por la senda con mi bagaje de sueños”. Quizás era premonitorio. Veinte años después hice lo que el mozo de la canción. Salí al camino, que resultó el exilio, con mi bagaje de sueños, y aunque no me lo dijo estoy seguro de que debe haberse quedado muy triste cuando le hice adiós con la mano. Lo más triste venía después. Mama siempre me decía cuando a veces salíamos de noche y nos poníamos a mirar el cielo, que cuando ella se muriera iba a estar en una estrella, (y me señalaba una que ni recuerdo ya), vigilando y cuidando que nada malo me pasara.
 “Yo sé que por las noches desde una estrella me mira; usted se fue mama vieja y mi alma llora y suspira”, seguía diciendo la canción que parecía haber sido escrita por ella.
 No tenía a esa edad todavía el sentido de la muerte, pero quedaba con una sensación de profunda tristeza cuando me cantaba esas palabras.
He tenido tres episodios de percepción extra sensorial y uno de ellos tiene que ver con Mama y esta canción.
Pero quedará para la próxima.

miércoles, 12 de enero de 2011

¿POR QUE? - MEMORIAS DE UN PERDEDOR

TATA



CAPITULO 35

LOS ABUELOS (7)


Habíamos convivido casi cuatro años juntos la familia de la Vieja con nosotros, visitas de Tata incluidas. Pero después de la boxiandanga liberadora de viejas tensiones resultaba imposible seguir juntos de manera que se inició la diáspora. A los pocos días Mama con el tío Baba y la tía Perusa consiguieron un cuchitril por Camino Carrasco casi Pirán. Tata siguió, creo, viviendo en una pensión y la verdad no puedo ubicar que fue de la vida del tío Chito. Nos quedamos solos en el viejo caserón donde ahora sobraba el espacio. Fue todo demasiado traumático para mí acostumbrado como estaba a convivir con al menos todas esa parte de la familia. No puedo precisar que fue de la vida de Tata exactamente que es quien ocupa la parte central de este relato. Pero es preciso decir algo a favor del Viejo. Nunca se interpuso entre la relación de Tata con la Vieja y con la relación abuelo-nieto.  No recuerdo por cuantos años le duró la bronca al punto de no querer ni hablarle pero no decía absolutamente nada si la Vieja lo iba a visitar y me llevaba con ella. Recuerdo muy vagamente de ese periodo que lo fuimos a ver un día a un lugar donde trabajaba como sereno me parece y pasamos toda una tarde juntos. El Viejo era medio rencoroso, pero sus rencores eran puramente personales y no los hacía extensivos a nosotros. Es más, la historia demostró palmariamente que tenía un corazón tan grande y generoso que fue capaz de volver a convivir bajo un mismo techo, en familia,  con Tata cuando él lo necesitó, dejando atrás viejos resquemores.  La misma actitud tuvo con Mama y los tíos llegado su momento. Tenía un carácter sumamente explosivo, y cuando explotaba, la bomba de Hiroshima era un triste  cuete comparando ambas explosiones. Pero apenas disipado el humo de la explosión, tenía la capacidad de reconstruir lo que había desparramado con sus propias manos y seguro que él era el más compungido por el daño que podría haber causado con la explosión.
Tiempo después nos mudamos a la casa de Camino Carrasco y Pirán a pocas casas de donde vivía Mama. Y aunque siguió sin hablarles por mucho tiempo a pesar de ser vecinos cercanos ahora, tanto la Vieja como nosotros teníamos libertad irrestricta e incondicional para pasar con la abuela y tíos todo el tiempo que quisiéramos.
Tata había sido militante más o menos activo del Partido colorado, en la fracción batllista, que comandaba por ese entonces (1930 más o menos) Luis Batlle, sobrino del viejo Batlle y padre del último delincuente de la dinastía en ocupar la presidencia del Uruguay antes de la debacle frenteamplista, Jorge Batlle. Cuando Terra, también colorado,  en ejercicio de la presidencia, dio un autogolpe de estado, anduvo un tiempo compartiendo la clandestinidad con Luis Batlle, Luisito como le decía el pueblo. Por ahí algún gen de militante contra las dictaduras y semiclandestinidades me llegó por esa vía y eso explicaría algunas de mis actitudes. No conozco muy bien esa parte de la historia del país. Solo se que después de unos años desapareció la dictadura de Terra aunque dejando saldos positivos según muchos comentarios que oí de joven. Como testimonio de esa relación con Luisito, le quedó a Tata una hermosa corbata de seda que Luis le había regalado y que usé bastante tiempo en mi adolescencia como parte de la “herencia” que me dejó al morir. Lo cierto que ya en la vejez y en la guasca como de costumbre, fue a verlo a Luisito, ya en función de presidente de la república, y por los viejos tiempos y algunas vicisitudes que habían corrido juntos, le consiguió un puesto de capataz en el puerto, de modo de trabajar un tiempo y retirarse con una jubilación más o menos digna. Lo de trabajar era un eufemismo cuando se trataba de un empleo público y más de esa jerarquía dentro del escalafón y que Tata aprendió en pocos días. Su tarea era a la mañana (tipo 6 de la mañana), juntar su cuadrilla, pasar lista, anotar presentes y ausentes y de acuerdo a un cronograma designarle un barco a descargar. Los ausentes siempre superaban a los presentes y él lo asentó como era su obligación en la planilla. Ese día mientras descargaban un barco y el controlaba el trabajo le dejaron caer de una lingada cerca de donde el estaba una barrica de yerba, que era la carga que traía ese barco. Si bien pudo haber sido fatal para su integridad, lo tomó como un accidente de trabajo y no pensó más en ello. Al segundo día repitió lo de la planilla de presentes y ausentes y la orden para descargar un barco. Ese día le dejaron caer uno de las ganchos que usan los estibadores que tirados desde cierta altura pueden convertirse en armas mortales, y este le cayó más cerca de lo que le había caído la barrica de yerba. Tata no era ningún caído del catre y supo de inmediato que algo no funcionaba bien y que era con él la cosa. Algo estaba haciendo que no lo hacía muy popular precisamente. Ese día, conversó con otro capataz y le contó lo que le había pasado. El otro, veterano en el oficio, le cantó clarito donde estaba el problema y cual era la solución. El tema era la planilla donde se anotaba la asistencia. Normalmente estaban presentes unos pocos que eran los que recibían la orden de trabajo del día de parte del capataz. Todos los demás tenían sus propios horarios de entrada que, por supuesto, no deberían figurar en la dichosa planilla porque eso los dejaba en infracción y expuestos  a la correspondiente sanción. Seguidamente el veterano le aconsejó como debería manejar la operatoria. Vos, le dijo a Tata, lo que tenés que hacer es venir a la mañana, ponerle presente a todos los de la cuadrilla, entregar la orden de descarga a los que estén presentes, firmar la planilla y mandarte a mudar. Ellos después se organizan y cumplen con el trabajo. Nadie se entera de nada, los barcos se descargan y todo el mundo contento. Tata vivía en una pensión en la calle Juan Carlos Gomez a dos o tres cuadras del puerto. Al tercer día, ni corto ni perezoso puso en práctica el consejo del veterano. Fue a las 6 de la mañana firmó la planilla con todos presentes y se volvió a la pensión a seguir durmiendo. Así hasta que le llegó el tiempo de la jubilación.
En esos tiempos la descarga era manual y siempre algún paquete se “rompía” por accidente. Como todo lo cubría el seguro, y formaba parte de la “operatoria” de descarga, a nadie se le ocurría contar los elementos faltantes o dañados. Era así la cosa que todas las tardes pasaba uno de la cuadrilla por la pensión donde vivía Tata y le dejaba el correspondiente paquete con su parte del resultado del trabajo del día. Así que Tata aparecía por casa con toda suerte de regalos, desde un cacho de bananas hasta juguetes importados.
Cuando hoy alguno de los que predican acerca de la moral para la gilada y se rasgan las vestiduras por el grado de corrupción en que estamos inmersos en nuestras bananeras repúblicas, con o sin bananas, se olvidan, a propósito creo yo y generalmente con fines electorales, que la corrupción venía en el baúl más grande que traía Colón en la Niña, la Pinta y la Santa María y eso está debidamente documentado. Trotsky en su folleto SU MORAL Y LA NUESTRA, deja bien en claro que la moral de una sociedad es la moral de su clase dominante. Y nuestra clase dominante nació corrupta y no podría existir sin la debida corrupción. Por eso si un representante de la clase dominada decide en algún momento retirar del fondo común de la sociedad una parte de lo que esa misma sociedad le roba toda su vida para vivir un poco mejor o a veces simplemente para sobrevivir no debiera ser estigmatizado por la hipocresía de esa clase que impone la moral sólo cuando sus intereses pueden ser afectados.  Pero eso es parte de otra discusión más profunda que excede el motivo de estas líneas.
Creo que después de jubilado, y acá puede ser que se me entreveren los tiempos cronológicos, y tampoco sé por que causa aunque me lo imagino, Tata se vino a vivir con nosotros. Fueron tiempos hermosos. La estructura familiar era casi perfecta para nuestra salud y desarrollo mental, más allá de los nubarrones que dos por tres aparecían como en cualquier familia. Teníamos padres, abuelos y tíos, cada cual cumpliendo más o menos su función histórica. Un lujo que no muchas familias se pueden dar hoy día de acuerdo a los desbarajustes sociales que conforman esta sociedad de transición.
Pero lo bueno, al menos para los pobres suele no durar mucho. Tata contrajo tuberculosis, y yo me contagié aunque muy incipientemente.  No existían a la sazón los medios con que hoy se cuenta para combatir la enfermedad, común en aquella época y que erradicada ha vuelto a aparecer como resultado de la pobreza y las pésimas condiciones de vida a las que se ha llevado a amplias franjas de población.
Los tratamientos eran largos y exigían aislamiento en hospitales especializados. Otra vez la familia sufriría separación, Tata permaneció internado y aislado un tiempo. Como lo mío era muy leve la recuperación la hice en casa. Pero eso demandaba gastos que el Viejo no estaba en condiciones de afrontar. Conseguir esos fondos comprometió la situación económica de la familia por largos años. En total demandó un año mi total recuperación. Muchos años me acompañó un sentimiento de culpa que me atormentó bastante. Fueron años muy negros de los cuales prefiero no acordarme. Pero no hay mal que dure cien años y esa mala época también pasó. No sin dejar huellas, pero pasó. Y acá tengo otro vacío en mis recuerdos. No recuerdo, y quizás alguien me pueda ayudar a llenar ese vacío, nada de la vida de Tata. Veo, pero como en medio de una niebla que el se fué, o pasaba mucho tiempo en su San José natal con su familia de origen y que cada tanto venía a visitarnos sobretodo los días de cobro de su jubilación. Creo haber escuchado que unas polleras lo retenían por allá e incluso una hija nacida de esa unión. Volvió a entrar de lleno en nuestras vidas cuando ya nos habíamos mudado para la casa de Oficial 8. Yo ya estaba yendo al liceo, asi que habían pasado algunos años ya. Estaba muy enfermo. Un cáncer de esófago, que según estudios que he leído, tiene una alta incidencia entre los uruguayos,  por el hecho de tomar mate con agua hirviendo, tal nuestra costumbre. Sin pensarlo siquiera el Viejo le hizo un lugar en la modesta casucha que teníamos. Su sentimiento de solidaridad no lo hubiera dejado nunca de a pie y menos en esa circunstancia. Y tomó, sin que hubiera necesidad de pedírselo, la tarea de asistirlo y cuidarlo como si fuera su propio padre. Daba así por saldadas viejas cuentas y rencores. Por haber sido milico, le correspondía toda la atención en el Hospital Militar, quizás el más y mejor provisto de la época.  Estudios y análisis varios que terminaron con la determinación de uno de los mejores cirujanos de intervenirlo quirúrgicamente. Siete horas duró la intervención y en opinión del cirujano había sido un éxito total. Había que encarar ahora un más o menos largo periodo de recuperación, y de ahí en más una vida ordenada y austera para asegurar un tiempo largo de sobrevida. Con alegría por haber pasado el mal trance, todos participábamos de la tarea. Teníamos un terreno bastante grande y estábamos haciendo una buena huerta familiar que ya empezaba a proveernos de verduras frescas y naturales. Criábamos en un galpón que había sido tambo en su época alguna gallinas que nos proveían de huevos caseros y frescos, con lo cual el tema de la buena alimentación funcionaba bastante bien. Como hombre de campo que había sido cuando se sintió recuperado nos ayudaba y encima nos enseñaba cosas referentes a la huerta. La cosa marchaba viento en popa. Su recuperación total estaba al alcance de la mano y se veía a ojos vista.
 Por ahí fue la nostalgia de ver de nuevo a su hija chica, o la necesidad de mujer, que había sido uno de sus talones de Aquiles, nuca lo  sabremos. Lo cierto es que un día armó su valijita de cartón y se mandó a mudar, contra nuestra opinión, a San José. Viejo y cabeza dura no quiso oír nuestros argumentos.
Para entrar a casa había que subir dos escalones. La puerta nunca tuvo llave. No hacía falta en esos tiempos. Una tarde en la que no había nadie en casa entro y me lo encuentro sentado en un banquito con su valijita al lado. Su aspecto lo decía todo. no tenía ni fuerzas para subir los dos escalones. Apenas podía hablar, así que lo ayudé a subir los escalones y lo ayudé a acostarse. Tal parece que el trajín en San José había sido mayor que el que podía soportar. El Viejo lo llevó urgente al Hospital a ver que se podía hacer. En esas condiciones era poco y nada. Venía herido de muerte. No recuerdo cuantos días estuvo internado. Tenía la costumbre de taparse la cabeza para dormir. Una tarde, como llevaba muchas horas en esa posición, el enfermero lo destapó para ver como estaba.
Se había dormido y ya no despertó. 

lunes, 10 de enero de 2011

¿POR QUE? - MEMORIAS DE UN PERDEDOR

LOS CAMPANELLI
 CAPITULO 34

LOS ABUELOS (6)


Trotsky, en un extraordinario folleto que tituló PROBLEMAS DE LA VIDA, no encontré todavía un trosco que lo conozca siquiera de nombre, analizando la situación de la familia rusa en los principios de la revolución anota que ésta, por presión de las nuevas condiciones que se iban instaurando en la incipiente sociedad soviética, (fue escrito alrededor de 1924), la describe diciendo que se deshace como astillas al viento.
Volviendo al relato se puede decir que eso pasó un domingo en el patio de casa a la hora del almuerzo, y sin quererlo fui el motivo circunstancial del terrible despelote que se armó ese día.
No recuerdo exactamente pero me parece recordar que  un novio que tenía la Tía, adolescente por esos entonces, me había regalado un conejo. Si no es así y alguien lo recuerda mejor puede corregirme. Yo amaba a mi mascota. Pero al Viejo no se le ocurrió mejor idea que cambiar su composición química natural y convertirla en estofado. La relación de fuerzas me era totalmente desfavorable y al no poder oponer resistencia adecuadamente, allá marchó el conejo a la olla. Todo fue bien hasta que nos sentamos a la mesa. Pintaba para ser un domingo más pasado en familia. Hasta que se sirvió la comida. Yo no había podido evitar el sacrificio de mi mascota, pero quise hacer uso de mi derecho a no comérmela. El viejo estaba sentado a la cabecera de la mesa y a su derecha, firme en mi determinación de no ser cómplice del conejicidio cometido, quien les relata la escena. Y empezó el tira y afloje. El Viejo: come Cachito; yo, más terco que una mula, mirando al piso en franca rebeldía. La escena se repitió dos o tres veces calcada. Para ese entonces no se oía ni la respiración de los otros comensales expectantes al final de la pulseada. El Viejo no aceptaba ni por joda que un gurí de tres o cuatro años vulnerara su autoridad. Ya a nadie le importaba el famoso conejo. Todos esperaban el desenlace de mi rebeldía contra la autoridad del Viejo. Era ni más ni menos  lo que estaba en entredicho y no era una cosa menor. Y terminó tal como era previsible. Me cayó encima la represión. Sigue pasando cuando uno se empecina en hacer valer sus derechos. No recuerdo exactamente la forma. No sé si fue un cachote o si me sacó de la mesa y me chicoteó el culo de una palmada; para el caso poco importa. De alguna forma tenía que hacerme saber quien mandaba. Yo, como el título del blog. Rebelde con causa. Iba camino a comerme la viava. Que no llegó porque la mesa, al impulso de Tata y mis tíos, voló a la mierda, estofado de conejo incluido. El patio se convirtió en un ring tipo Titanes en el Ring, donde volaban piñas, casi todas en dirección al Viejo, que en inferioridad numérica las ligaba casi todas. No recuerdo tampoco quien me sacó de entre medio del remolino que se armó. Fueron unos minutos de caos. Lástima que la tecnología no nos permitía registrarlos en video todavía. Hubiera sido un éxito en Facebook o en you tube. Tata y los tíos salieron por el pasillo que iba hasta la calle urgidos por las mujeres, pues el Viejo quiso ir hasta la casa del otro abuelo, su padre, donde también estaba el hermano,(120 kilos), que quedaba a la vuelta a buscar refuerzos, y conociendo la tradición dellepereana, la cosa pudo  haber terminado mucho peor. Todo no pasó de algún ojo negro , algunos moretones y algunas susceptibilidades heridas. Viéndolo ahora, 60 y pico de años después, tranquilamente sentado en la computadora relatando la tremolina, me causa hasta gracia y me arranca alguna sonrisa el espectáculo boxistico. Una profesora de historia que tuve en tercero de liceo, que fue la que me hizo amar la materia que odiaba profundamente, analizando las diferentes guerras que íbamos viendo, (parece que el leiv motiv de la historia ha sido siempre la guerra), nos enseñaba a diferenciar claramente lo que llamaba las causas circunstanciales de las causas reales, que son las que en general no se dicen en los textos de historia. Hasta hoy.  En este corto tramo de la Historia Universal que trata de un estofado de conejo, y la guerra que se armó a partir de ese estofado, el conejo y mi terquedad eran las causas circunstanciales. Las reales las conocí ya de grande cuando alguno de los actores de esta batalla ya no estaban para corroborarlo. Ni siquiera fue por defenderme de la viava, que en cierta forma me había ganado, sino lo que  estalló en realidad era bronca acumulada que permanecía en estado de equilibrio precario a la espera de que surgiera algún hecho que “justificara” el estallido. El estofado y mi terquedad conformaron ese hecho que todos, en alguna medida, hacia un tiempo estaban esperando.
Volviendo a la definición muy gráfica de Trotsky, la familia voló como astillas en el viento. No por motivos sociales, políticos o económicos tal cual lo describió el maestro en su tratado, aunque hilando fino algo habían tenido que ver estos factores.
Hubo de correr mucha agua debajo de los puentes, penurias y vicisitudes al por mayor, para que algunas de aquellas astillas volvieran a formar parte del árbol familiar. El tiempo, que cura heridas se encargaría de ello. Y al contrario de los finales de los cuentos infantiles, en la vida no existen los colorín colorado. De modo que este cuento no se ha acabado. Ni mucho menos.





¿POR QUE? - MEMORIAS DE UN PERDEDOR



CAPITULO 33

LOS ABUELOS (5)


Tata aparece en mis recuerdos cuando hacía muchos años ya se había divorciado de Mama y abandonado a su suerte a la familia compuesta en ese momento de mujer y cuatro hijos. En ese tiempo vivíamos en la misma casa de la calle Fray Bentos con Mama y los tíos (Baba, Perusa y Chito). A pesar de estar separados no tenía restricciones de ningún tipo para visitarnos cuando quería. Si bien las relaciones no eran amistosas, tampoco era demasiado conflictivas y podía ejercer sus derechos de abuelo sobretodo porque yo era el primogénito.  Teníamos un patio enorme en la casa y los domingos se tendía una mesa larga alrededor de la que se reunía la familia, excepción hecha de la familia del Viejo. Quien no conociera ciertos entretelones, y yo no los conocía entonces con mis tres o cuatro años, solo veía una familia unida que aprovechaba para reunirse alrededor de la mesa familiar el día que todos estaban lejos de sus ocupaciones cotidianas. Para quienes la conocieron años después parecía la mesa de los Campanelli, queribles personajes de la televisión. Tata era oriundo de San José, capital del departamento del mismo nombre en el interior del Uruguay. Maragato, que así se los denomina  a los oriundos de ese departamento; canario en general, que así se llama a todos quienes no han nacido en Montevideo. A pesar de ser capital del departamento, San José es un pueblo chico y la familia de mi abuelo ampliamente conocida basado en el hecho que en el Uruguay somos pocos y nos conocemos. Lo comprobé casi 20 años después cuando por cuestiones fortuitas visité por primera vez San José. En la primera casa que paramos bien en las afueras del pueblo para que nos indicaran como llegar al centro, se me ocurrió preguntarle al gaucho que amablemente nos dio las indicaciones del caso, si conocía a la familia de mi abuelo. Con más precisiones que una guía de calles nos dijo exactamente  donde vivían y como hacer para llegar y a pesar de no conocer nada del lugar llegamos como si hubiéramos ido toda la vida. Allí me reencontré con la prima Olga que cuando éramos gurises chicos y ella trabajaba como doméstica en el almacén donde hacíamos las compras, nos llevaba un domingo a mí y otro a Mario a la matinée del Trafalgar ya que llevaba también a los dos gurisitos del patrón y uno de nosotros iba de colado. Eran cuatro películas y para nosotros eran domingos de gloria, ya que nuestra situación económica hacía prohibitivo ese entretenimiento.
20 años después de ese episodio, vuelto de nuevo al exilio en Buenos Aires con otra derrota a cuestas y sin un mango para variar, estuve mientras buscaba acomodarme, durmiendo más de un mes en el hotel mil estrellas con mi bolsito de almohada. Era un crudo invierno y si teníamos suerte, éramos muchos los que el sistema democrático había ya excluido de la producción, y si no nos corría la cana ,dormíamos al abrigo de alguna estación de trenes o de subte. Un compañero uruguayo, de Mercedes él, militaba en un partido político. Íbamos a las reuniones para no pasar tanto frío más que por la ideología. La verdad sea dicha honestamente. A veces ligábamos algún choripán y una gaseosa o un vaso de vino lo que para nuestra miserable condición era todo un festín que nos daba un poco de fuerza para salir a trotear al día siguiente buscando el morfi diario. Por “seguridad” tenían a un muchacho que cuidaba el local cuando, acabada las reuniones partidarias el local quedaba deshabitado. Le daban una piecita en el altillo a cambio. Era un muchacho joven, del cual conocí solo el apodo: “El Oso”. Resultó ser de San José. Cuando le dije que mi abuelo también era de San José, me dijo que conocía a toda la familia. E incluso había jugado al fútbol en el mismo cuadro de barrio que un sobrino del abuelo. A partir de ahí me brindó su solidaridad y muchas de las crudas noches de invierno , cuando el local se desocupaba.  volvía medio furtivamente para no complicarle la vida y su trabajo de cuidador y por lo menos dormía bajo techo, con una estufa y encima me daba un baño y desayunaba con él a la mañana. Todavía quedaban gauchos en la pampa. Como ven, el telar de la historia no desperdicia ninguna hilacha.
Pero volvamos al abuelo Tata. Se “casó” con Mama tal como se estilaba en la época. Sin protocolos, certificados y los cien trámites burocráticos que hoy nos atormentan, que pueden llegar a ser premonitorios del suplicio que viene después de tanto trámite. Era soldado de un regimiento de caballería, creo, y en ese tiempo, por razones militares andaban un tiempo en cada guarnición del país. Así fue que, tuvieron sus hijos mientras el anduvo en la milicia, como dice el dicho: de cada pueblo un paisano. Fueron ocho y creo que exceptuando a la Tia y a la Vieja que vinieron cuando  había abandonado el servicio y ya se habían afincado en Montevideo. Solo cuatro sobrevivieron y llegaron a la edad adulta. El Tío Baba, el mayor, el Tío Chito, la Vieja y la Tia Perusa, en orden a las edades. Me han sido trasferidos pocos datos de esa época. Parece ser que los pactos de silencio hacia las nuevas generaciones se cumplían, especialmente si los sucesos a mencionar no eran como para festejar y si por el contrario era mejor olvidarlos por nefastos. Al menos los que llegué a saber eran todos sucesos que dejaban un sabor muy amargo, como todos los que dejan los que ocurren a quienes hoy llamaríamos indigentes. Pobreza mezclada con ignorancia no dejan huellas que uno pueda y quiera lucir. Según supe Tata era buscavidas y con sus changas más algo que arrimaba la abuela arrastraban como podían su pobreza crónica. Un episodio que me contó la Vieja, ya casi al final de su vida, es el que más me ha impactado. Había fallecido uno de los chicos en el hospital de niños en Montevideo. Tata estaba sólo esperando el desenlace. Con apenas unas monedas para el boleto del tranvía, no tenía como encargar a una empresa de pompas fúnebres se hiciera cargo de los trámites habituales en estos casos. De modo que cuando le entregaron el cuerpito del hijo muerto envuelto en una frazada, todo lo que pudo hacer fue volver a su casa y ver que hacer. Miles de veces he intentado tratar de meterme en sus zapatos y en su mente para tratar de pensar y sentir todo lo que debe haber pasado en ese viaje de tranvía. Dolor, tristeza, bronca, rebeldía contra la impotencia de la situación. O todo mezclado.  No creo que hicieran falta los elementos políticos, teóricos y prácticos que hoy manejamos, y que quizás nos den una explicación,  para sentir como simples seres humanos esa tragedia. No valen en esos momentos. La solidaridad de los vecinos hizo posible darle sepultura, al menos dignamente. Leyendo la biografía de C. Marx encontré que le pasó algo idéntico con uno de sus hijos chicos. Dos hombres, dos familias diametralmente opuestas, metidas en el mismo trance. ¿Casualidad?. Puede ser.
Vivieron en pareja, para usar un lenguaje moderno,  más o menos 30 años con vicisitudes de todo tipo y color. Hasta que el Pepe Batlle, presidente de la Republica resolvió ordenar de una buena vez la sociedad. Debieron regularizarse las uniones de hecho mediante el matrimonio, ahora debidamente registrado, y registrar los hijos nacidos de esas uniones y de ahí en más a todos los recién nacidos. Era parte de una política de estado destinada a planificar otras políticas sociales que el Viejo había visto en la Europa socialdemócrata de principio de siglo y quería implantar en Uruguay. Cosa que hizo y por muchos años fuimos pioneros en toda Latinoamérica en lo que se refiere a legislación social. Hasta fuimos llamados la  Suiza de América. Lástima que después se dio lo que dijo un mamao, que suelen decir la verdad por la falta de inhibición que les da el alcohol. Estábamos en un acto partidario en un club del barrio muchos años después con Batlle ya desparecido, y el fogoso orador soltó la poética frase: “porque Batlle encendió la luz en los caminos”; y sin darle tiempo a redondear ninguna idea el mamao le pegó el grito : ¡Y USTEDES , PUF…LA APAGARON!.  Pocas veces escuché un análisis tan veraz y de tanta profundidad teórica. Doy fe.
Y ahí marchó mi abuelo, junto con el Uruguay al casorio y registro de los hijos. Lo anecdótico fue que, poco tiempo después, la pareja que se había mantenido en pie contra viento y marea se disolvió y terminó tiempo más tarde haciendo uso de otra herramienta legal que había impulsado el gobierno: el divorcio vincular. El abuelo al parecer tenía dos condiciones que no son demasiado compatibles con un matrimonio más o menos normal: la caña y las mujeres.
No supe nunca, porque no me lo dijeron, cuando donde y por que; pero ese cóctel peligroso en algún momento hizo explosión de la cual Tata y la familia salieron disparados cayendo en lados opuestos. No vale la pena entrar en detalles, sobretodo porque cuando una familia se desguaza de esa forma quedan heridas, huellas, mataduras que marcan para siempre sin importar si hay un culpable o siquiera si hay una culpa a quien endosar. Lo aprendí después de muchos años con mi experiencia personal.
Traer al presente recuerdos puede llegar a ser tarea insalubre para el que se encarga de la tarea. No sólo por lo que queda registrado, parte infinitesimal de un todo abrumador que aparece con total nitidez, sino por el millón de recuerdos que surgen como fantasmas de un pasado que de pronto y por leyes de la cuántica quizás, se torna presente con toda su crudeza y la maldita certidumbre de que “al volver la vista atrás, se puede ver el camino que ya no se ha de pisar” parafraseando a Machado.
De  modo que voy a suspender por aquí nomás para tomar envión y seguir tratando de revivir aunque sea por un instante el pasado. Hasta la próxima pues.

domingo, 9 de enero de 2011

¿POR QUE? - MEMORIAS DE UN PERDEDOR



CAPITULO 32

LOS ABUELOS (4)


Si como dijo alguien la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, parafraseándolo podíamos decir que la historia de nuestra familia es la historia de los quilombos y desencuentros que nos han acompañado hasta hoy y parece ser que como lo que se hereda no se roba, la cosa se ha instituido como cuestión familiar. Si estuviéramos en la edad media, donde cada familia tenía su escudo, sus rasgos distintivos, en el nuestro figuraría seguro el signo del despelote familiar, si es que existe en la heráldica tal signo. Dicho esto sin ánimos de abrir juicios de valor ni de poner las cosas en términos de buenos y malos y mucho menos de iniciar otro quilombo a los que ya tuvimos, tenemos y, albergo la esperanza de que no, tendrán nuestros descendientes. Es lo que se me ocurre al mirar ahora un poco más detalladamente y con la perspectiva que dan los años los recuerdos que voy desempolvando y detallando siempre según las vivencias que me han dejado. Y quiero recalcarlo por las dudas. Las vivencias son personales y no sería para nada extraño que los mismos actores de esta mezcla de tragedia griega, comedia y a veces sainete en que resulta la vida en general de los seres humanos, ante un mismo hecho tuvieran otras vivencias. Cada quien habla de la procesión, según le va en ella dice el dicho popular y eso no es malo. El día que se consagre la unidad en la diversidad, la historia no sólo de la familia, sino la de los pueblos del mundo será completamente distinta. Pero, como diría un presidente, como te digo una cosa, te digo la otra. Nos queremos  por encima de dimes y diretes y al final eso es lo que cuenta.
Todo esto viene a cuento por la diferencia en las relaciones  entre mis abuelos paternos y los maternos. Creo, que en el fondo subyacía una cuestión de Montescos y Capuletos, las dos familias de la obra de Shakespeare que causó la tragedia de Romeo y Julieta en la famosa obra de teatro. Y que sumado a la temprana desaparición del abuelo Juan y la abuela María, dejó ese hueco y la distancia que ya no podemos llenar.
Muy otra fue la historia de los abuelos maternos, de aquí en más Tata y Mama, como los bautizamos desde chicos. Criollos por al menos dos o tres generaciones, hicieron de nosotros el mestizaje que comparte la mayoría del pueblo uruguayo, donde no falta la mezcla de la herencia europea con los atributos autóctonos de los naturales del país. Además tenemos la ventaja de tener entre nosotros alguien que es parte de toda estas historias, La Tía Perusa, en adelante la Tía, que puede, no sólo rellenar los huecos de nuestra memoria sino ajustarla con sus aportes.
En el libro Raíces el autor pudo rescatar innumerables datos del pasado de toda la familia que lo llevó hasta la aldea natal de Kunta Kinte, la primera víctima de la esclavitud que situó a la familia en EEUU, gracias a las viejas Tías, que atesoraron en sus mentes datos trasmitidos oralmente por los miembros desaparecidos de esa cadena cuyos primeros eslabones estaban, casi dos siglos atrás en el Africa.
No es pretensión de estos relatos anecdóticos reconstruir a ese nivel el árbol genealógico, pero puede ser de mucha ayuda las precisiones de alguien que. como la Tía puede ser una parte viva de los mismos. Nos une  más de medio siglo de vida, compartiendo cosas de modo que su ayuda puede ser invalorable en esta parte del relato de mis recuerdos. Historias armadas con recuerdos propios, relatos de la Vieja y de los abuelos directamente. Y que trataré de pasarlos lo más objetivamente que pueda, porque a diferencia de los recuerdos infantiles exclusivamente que guardo de los otros abuelos, estos abarcan desde mi primera infancia hasta bien entrada la adultez al punto de que yo ya era abuelo cuando Mama nos dejó. Para no hacerlo demasiado largo, dejo para la próxima entrega ya el detalle de los recuerdos después de esta breve descripción del contexto de  donde y como se desarrollaron.