CAPITULO 31
LOS ABUELOS (3)
De la abuela María tampoco tengo muchos recuerdos. Es parte del déficit de que hablé antes y que ahora me duele porque no puedo hacer nada para remediarlo. Del pasado allá en su Marín natal nos habló una vez. De cómo las mozas de su edad, (supuse adolescentes), se ponían sus mejores ropas para ir a bailar jotas gallegas y muñeiras en la plaza de la aldea con los mozos del pueblo. Nos enseñó una canción en su lengua, el galaico, que jamás olvidé. Fonéticamente sonaba más o menos así: “ya fuy a Marín, ya pashei u mar, ya comi naranshas de teu naranshal. “ No presté atención en ese momento, era muy chico todavía, pero no se me borró su cara ni la expresión de sus ojos cuando nos cantaba esa canción ni cuando nos refería historias de su aldea. Se entusiasmaba además cuando le contábamos que todos los domingos escuchábamos en la radio, CX 36, una audición de la colectividad gallega: Sempre en Galicia se llamaba y recuerdo patente que el locutor empezaba la trasmisión con un ¡ BON DIA GALEGOS! Ella también la escuchaba infaltablemente y era como un puente que nos unía aunque no entendíamos un carajo de lo que allí se decía. Apenas si podíamos distinguir una jota de una muñeira. Hasta que tuve tres o cuatro años vivía a la vuelta prácticamente de la casa de los abuelos paternos. Y sin embargo nuestras vidas estaban distantes. Solo nos veíamos muy de tanto en tanto. Nunca nos hablaron de porque eran así las cosas. Cuatro de mis nietos, dos por cada melliza, viven en el barrio y están prácticamente todas las tardes en casa. Son chicos todavía y alborotan tanto la casa, que por momentos uno piensa que mejor sería que un tsunami nos pasara por encima, pero si pasan más de dos días sin aparecer los extrañamos como si hiciera años que no los vemos. No tengo mucha experiencia como abuelo. Por cosas de la vida mis otros nietos se criaron y se están criando sin verme y uno o dos de ellos ni saben que existo. Por eso calculo que el hecho de que mis abuelos paternos estuvieran tan alejados viviendo tan cerca, se debió a alguna bronca familiar entre ambas familias que nos privó de su presencia en esos años en que más la precisábamos.
Andaba por el barrio un afilador con su antigua máquina con una enorme piedra movida a pedal, y anunciando sus servicios con una flauta típica que usaban los de su oficio callejero que en esas épocas se usaban bastante. Siempre había un cuchillo o una tijera que necesitaba una afilada y los vecinos recurrían a sus servicios domiciliarios. Forma también parte de mis primeros recuerdos. Viejo, como de 60 años, físico esmirriado, pantalón y camisa de trabajo azules, alpargatas, faja negra en la cintura y la infaltable boina azul. Agapito se llamaba y también era gallego. Cada vez que pasaba y de casualidad se cruzaba con la abuela se saludaban y cruzaban algunas palabras en galaico por supuesto. Fray Bentos, la calle donde yo vivía era de tierra todavía y Vera la calle donde vivían los abuelos, que la cruzaba, también. De modo que los gurises andábamos a piacere sin el peligro que podía representar el tránsito. Un día andaba Agapito en su recorrida y al sentir la flauta vino la abuela con algo para afilar. Agapito hacía su trabajo a conciencia y parsimoniosamente. Hoy día con las amoladoras eléctricas un afilado puede llevar unos minutos. Pero la piedra movida a tracción a sangre de los afiladores de entonces, sumado al empeño artesanal que ponía el afilador estiraba bastante los tiempos. La conversa entre él y mi abuela surgió naturalmente. Yo estaba por allí jugueteando a su alrededor y obviamente no entendí un carajo de lo que decían en su musical lengua de origen.
Podrán creerme o no. Poco importa. Pero a pesar de mis tres años vi en el rostro y los ojos de mi abuela y en los de Agapito el afilador la misma expresión que le veía a la abuela cuando nos cantaba la canción en su idioma. Supe, sin saberlo todavía que es la morriña gallega. El sentimiento que siente un gallego cuando lo han desarraigado de su tierra. Que no es el saudade brasilero, ni nuestra nostalgia. Es algo más profundo, como un dolor contenido, con algo de irremediable, con algo que se ha roto muy adentro, y un llorar eterno en el interior del alma.
No lo entendí en aquel momento. No hubiera podido por más que hubiera querido.
A lo mejor era premonitorio. No puede entender el desarraigo quien no ha sido desarraigado.
Recién después que pasé a integrar esa triste columna de los sin tierra, de los sin lugar, pude llegar a entender lo que pasaba por el alma de aquellos dos gallegos que aunque sea por un momento volvían mentalmente a sus terruños. Fue el recuerdo más significativo y el que me ha acompañado toda la vida de la abuela María. Rescaté por ahí una postal de navidad que nos enviara a los nietos. Está escrita de su puño y letra y la guardo como un tesoro invaluable.
Después de la muerte del hijo mayor y del abuelo comenzó a apagarse y poco tiempo después murió.
¿Murió?
El Viejo la adoraba y adoraba su recuerdo y sus últimas palabras, (murió en mis brazos practicamente), estando ya inconciente fueron: YA VOY VIEJA. Y se fué.
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