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lunes, 27 de diciembre de 2010

¿POR QUE? - MEMORIAS DE UN PERDEDOR

 CAPITULO 17

LA RESERVA – IV

El viaje hasta Laguna del Sauce fue cansador. Los camiones no sobrepasaban los 40 kms.por hora. Pero no nos pesaba. La novedad y la ansiedad por lo que vendría lo hacía más llevadero. Una vez llegados al campamento que ya estaba preparado más todo el ajetreo de ubicarnos disimulaba todas las molestias. La rutina para nosotros los del Curso Común era simple. Nos levantamos a la madrugada al toque de clarín. Desayunábamos en la carpa comedor, café en abundancia con gorrión (1) y galletas de campaña. Nos acostumbramos después que el encargado de día ,el “jefe” del grupo por ese día designado por los oficiales pidiera doble ración de galletas de modo que al salir al campo a cumplir con el programa no pasáramos hambre. Después venía el laburo. Por la mañana tiro con todas las armas. El campo de tiro era un barranco en U que daba a la laguna de modo que podía ser usado por tres cursos a la vez. Ahí estaba en mi salsa. El sueño infantil del fusil y los 500 tiros se vió largamente cumplido. Corregido y aumentado por la diversidad de armas que ahora había aprendido a usar. Después tocaba limpieza  y  mantenimiento de las armas usadas ese día para ponernos duchos en su desmontaje, limpieza, lubricación y montaje tan necesario para mantener su buen funcionamiento en combate. Y con eso terminaba la instrucción del día, seguía un picado de futbol y el baño obligatorio en la laguna. Luego venía el tan ansiado almuerzo. A  esa hora nos picaba el bagre por el trajín de la mañana. El menú no tenía variaciones: sopa, pirón y tumba (2) al mediodía y guiso a la noche. El cocinero era el negro Pepe, siempre hay un  Pepe en la historia uruguaya, que cocinaba como los dioses y comíamos hasta reventar. Aprendimos que en el ejército no se puede pensar en el mañana y hay que aprovechar al máximo las posibilidades que ofrece el hoy. Seguía una siesta reparadora en el fresco de la carpa. La cama era una bolsa  llena de paja y la almohada la mochila con los dos cascos. De paso evitábamos el choreo de las piezas del equipo tan naturales entre la soldadesca. Eso nos infundía sentido de responsabilidad en el cuidado del equipo. El sancionado era el que denunciaba la falta de algún elemento y no quien se lo había pelado. De modo que si te pelaban alguna prenda lo único que te quedaba por hacer era buscar otro distraído y repetir el trámite. Seguía a la  siesta la instrucción de la tarde que consistía casi siempre en “patrullas” por los montes de espinillos que rodeaban el campamento donde había que caminar semi agachado para que no nos viera “el enemigo”, y hacer innumerables “cuerpo a tierra” sin importar donde. Para eso ya era la hora de la cena y a los que les tocaba “picar guardia” marchaban al puesto que se había montado en la entrada del campamento. Se arriaba la bandera con todo el batallón formado en el improvisado patio de armas, se cenaba y cada curso a su asentamiento. Caíamos rendidos y dormíamos a pata suelta toda la noche. Con un oído alerta por si tocaban “tropa”. Era el toque que llamaba al “combate” en forma perentoria. Teníamos tres minutos para presentarnos. Lo obligatorio era casco fusil, botas y correaje con la munición. Los que acostumbraban dormir en ropa interior tenían problemas y aparecían con lo obligatorio y en calzoncillos o con las pilchas en la mano. Los que tenían guardia la llevaban un poco más jodida. Había dos turnos. Siempre tratábamos de elegir el primero pues era jodido levantarse a las doce de la noche después del trajín de todo el día. Cenábamos el “puchero de medianoche” y a dormir hasta diana. (3). Había dos momentos que eran realmente emocionantes, sobretodo para los novatos. Izar la bandera a la madrugada y arriarla al atardecer. Era tarea de los alumnos de curso común. De pronto estabas ahí solo frente a todo el batallón formado con la vista fija en vos “vista a la bandera” era la orden que impartía el coronel a cargo de la formación, y cumpliendo con todas las  fases del protocolo militar establecido para la tarea. Llevabas la bandera, doblada de una forma especial, siempre el sol hacia arriba, te descubrías en señal de respeto y con el casco bajo el brazo enganchabas los extremos de la bandera y la ibas izando al compás del toque del clarín. Se hacía medio engorroso mantener el casco bajo el brazo y utilizarlo a la vez para el izamiento. Cualquier error en el protocolo no sólo te hacía pasible de una sanción sino que sacabas chapa de pelotudo crónico. La primera vez que me tocó deseé mil veces haber estado en Vietnam o en una playa de desembarco cualquiera. Después lo hice varias veces pero ya con el aplomo de un veterano.
Anécdotas, un millón. Sería largo desarrollarlas y quizás algún día lo haga pues no sé si para el sentido de estos relatos valen la pena.
Y llegó el gran día. El momento en que nos iban a dar las notas de la evaluación. Fue el penúltimo día. Formados frente a la carpa el Comandante del grupo y uno de los oficiales instructores cumplieron con la tarea que tanto esperábamos y por la que nos habíamos roto el alma esas tres semanas. Lo hicieron por “materias”. Saqué la más alta puntuación en tiro, 9,5. No al cuete le había pedido a los Reyes Magos el fusil con los 500 tiros. No recuerdo las demás notas, pero el promedio daba que tenía la nota más alta lo que me convertía en el CABO DE LA “DERECHA”, es decir el Cabo jerárquicamente superior a  todos los demás de la promoción. Ahí nomás y sin mucho protocolo me entregaron el mando y me ordenaron comandar al grupo hasta el  “patio de armas” y hacer romper filas a la formación. Ancho como alpargata de gordo, di las órdenes pertinentes para romper filas y se largó el festejo con cachadas y todo. Nos habíamos convertido en esas tres semanas en un hermoso grupo humano casi sin darnos cuenta y en base a los trabajos que nos imponía la instrucción.  Capaces de actuar y pensar como una unidad por encima de las individualidades. Y yo era su comandante, no por casualidad sino por condiciones naturales. No recuerdo la nota pero en el item “Don de mando” tuve la mejor calificación. Eso repercutió no sólo en mi corta vida militar sino a lo largo del tiempo en mi vida toda. Hasta ahí había vivido por timidez o costumbre a la sombra de otros, pero  en el ambiente militar donde no había lugar para las consideraciones sentimentales, había descubierto que no sólo podía tomar mis propias decisiones sino que tenía condiciones para liderar un grupo con todas las consideraciones que ello implica. Acontecimientos posteriores me hicieron renegar de las Fuerzas Armadas sobretodo al tomar conciencia de su tarea real en el esquema político en que vivimos y sufrimos. Pero para ser objetivos mucho de lo que fué y es mi vida se los debo. Así de contradictorias pueden ser las cosas de la vida.
El último día fue la joda total. Nos dieron unas tiras de asado y cada curso tenía venia de hacer un asado donde quisiera. La única orden del día era que a partir de la hora de la siesta los ahora sub-oficiales deberíamos permanecer en las carpas rigurosamente. Nos enteramos después que los oficiales tendrían su “festejo de fin de curso” y los vimos mamaos hasta las botas haciendo macanas, la mayoría de ellos en calzoncillos, tiros incluidos durante ese período de tiempo.  La vuelta fue mucho más alegre y llevadera. Ya nos sentíamos veteranos. Los de Curso Común éramos Cabos hechos y derechos. Éramos alguien en el mundo militar y eso pesaba.

                       
Devolvimos pilchas y armamento y cada uno a su casa. Tomé el 111 en 18 de julio y llegué a casa a media mañana con mis cacharpas al hombro. La vida retomaba su ritmo normal, pero por dentro yo tenía conciencia de que había dado vuelta una página de la historia, al menos de mi historia.
(1)     Gorrión.- churrasquitos envueltos en pirón. Una exquisitez, sobre todo         como desayuno . Nos daba energía hasta el almuerzo.

2) Pirón.- Pasta hecha con fariña frita en el caldo del puchero y condimentada.
    Tumba.-  Hueso de la pata bien hervido. Da una sopa exquisita.

3)  Diana.- Segundo toque mañanero donde toda la tropa debe estar formada y los comandantes deben pasar las novedades  al jefe de la guardia.
Continuará.

ESCUADRA DE CABO






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