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lunes, 27 de diciembre de 2010

¿POR QUE? - MEMORIAS DE UN PERDEDOR

INSIGNIA DE
LA RESERVA
ESCARAPELA
OFICIAL

CAPITULO 14
LA RESERVA

Después del episodio de rechazo a mi vocación militar quedé con la sangre en el ojo y en estado de rebeldía y conflicto. Me jode no salirme con la mía. Tenía 20 años y la entrada a la Escuela Militar era solo hasta los 21. A partir de esa edad obtendría la mayoría necesaria para no depender de la decisión del Viejo, pero me estaría vedada la entrada a la Escuela. En suma era un dilema sin solución para mis aspiraciones. Pero, a veces, cuando se cierra una puerta se abre una ventana. Conversando con un amigo del tema un día se me abrió esa ventana. El estaba en la reserva naval, y me entusiasmó contándome sus vivencias. Instrucción militar, viajes en barcos de la armada, etc. etc.
Justo estaban en período de inscripción y me informó de paso que el ejército también contaba con su propia reserva. Como para inscribirse no hacía falta la mayoría de edad, se podía hacer a partir de los 16 años, sin decir ni una palabra a nadie me fui rajando a inscribir a la reserva naval.
Llegué temprano a la mañana y en la oficina de guardia un milico con caras de muy pocos amigos me dijo siéntese y espere. Siempre fui medio reacio a recibir órdenes, pero si iba a ser militar debía irme acostumbrando si quería tener algún futuro en ese terreno. Pasaba el tiempo y nada. Hasta que me pudrí de esperar y como no aguanto pulgas y soy bastante impaciente me levanté y me fuí sin siquiera saludar. 
Pero como no podía cejar en el empeño, me fui adonde estaban inscribiendo en el ejército. Era un viejo cuartel en el centro. Dante y Pablo de María. El Centro General de Instrucción para Oficiales de Reserva, CGIOR. Me atendieron rápido y bien. Me tomaron los datos pertinentes y me citaron para la fecha de iniciación de cursos. Los cursos duraban tres años para graduarse de Alférez, primer escalón del cuadro de oficiales. En seis meses ascendías a Cabo. Seis meses más y ascendías a sargento. Un año te demandaba llegar a sargento primero y otro año para graduarte como Alférez. Y, la frutilla para el postre, si querías pasar al servicio activo podías ingresar a la Escuela Militar como cadete de 4º año. Hacía 4º y 5º y te graduabas de Alférez pero ya como egresado de la escuela militar y pasabas al servicio activo. Sería pues oficial del ejército de una forma u otra, con o sin permiso. Por supuesto el Viejo se enteró y las cosas se pusieron tensas. Andando el tiempo entendí el porque de esas situaciones. Para los padres los hijos no crecen y  siempre piensan que deben estar de su mano. Y los hijos llegan a una etapa en que sienten que ya están maduros para tomar sus propias decisiones. Algunos superan esa etapa sin mayores sobresaltos. A otros nos cuesta más y si bien el reloj del tiempo sigue su curso, pasamos ese tiempo con muchos más conflictos.  Y ese era nuestro caso.
El curso se componía de dos clases teóricas por semana y los sábados  y  domingos clases prácticas. Al empezar nos dieron los uniformes que usábamos solo en las clases prácticas y dentro del cuartel exclusivamente o cuando después comenzamos a salir a hacer ejercicios fuera de él. Estos eran según la tradición del ejército a medida… de que uno pasaba por el guardarropa y le hacían la “entrega”. Lo cual implicaba que había que adaptarlos a la medida de cada uno. Llevarlo a casa para ponerlo en condiciones era revolver la herida y provocar otro disturbio mayúsculo. Por suerte mi abuela materna me apoyaba 100% y se encargó de la tarea. Mi abuelo, soldado muchos años el mismo, siempre había soñado que alguno de sus nietos iba a salir de la escuela militar con su espadín de oficial colgando de su costado, y mi abuela iba a ayudar a que ese sueño se cumpliera aunque el ya no podría verlo.
Y comenzó mi carrera militar. Que iba a durar apenas nueve meses. Acontecimientos que se fueron precipitando troncharon esa otra ilusión. Pero eso es otra parte de la historia.





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