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miércoles, 29 de diciembre de 2010

¿POR QUE? - MEMORIAS DE UN PERDEDOR

CAPITULO 19

LA ESCUELA DE TRASMISIONES DEL EJERCITO

El río de la vida siguió fluyendo. Siempre lo hace. Y nos arrastra con su correntada.
Vinieron los tiempos de noviar y era en serio la cosa. Había que empezar a pensar en alguna actividad  con la cual parar una familia. Estado todavía en la reserva, charlando un día con uno de los camaradas de armas, me habló de la posibilidad de hacer un curso de radiotelegrafista. En ese tiempo en que las comunicaciones no estaban tan desarrolladas como hoy día, las comunicaciones entre naves y aeronaves todavía se hacía mediante la radio telegrafía y usando el código Morse. Se pagaba muy bien esa función ya que por reglamentación sólo extendían la patente de  radiotelegrafista profesional por el término de diez años, de modo que a los diez años te retiraban la licencia y ya no podías seguir trabajando. Obtenerla costaba mucho dinero. Tenías que hacer un curso en alguna escuela habilitada al efecto y estas cobraban muy bien sus servicios. O podías hacerlo a través de alguna escuela dependiente de las fuerzas armadas con lo cual hasta te ahorrabas el examen de algunas materias teóricas y sólo dabas examen de recepción y trasmisión. Había dos tipos de licencia: la amateur que te permitía operar estaciones particulares y la profesional que te habilitaba para operar estaciones en aeronaves o barcos. Para la primera la exigencia era poder trasmitir y recibir doce palabras por minuto. Para la profesional la exigencia se elevaba a veinticinco palabras. Así que por razones económicas me vi forzado a entrar como cadete en la Escuela de Trasmisiones del Ejército que funcionaba en las instalaciones del 5º de Ingenieros en el barrio de Peñarol, donde además funcionaba la emisora cabecera de toda la red militar del país. La única dificultad era que el curso demoraba dos años y había que soportar durante ese tiempo la vida militar, mucho más rigurosa que en la reserva ya que revistábamos como personal en actividad. Puse las cosas en la balanza y determiné que el casorio podía esperar ese tiempo ya que era 99% seguro que al terminar el curso tendría un buen trabajo como operador en alguna estación como radiotelegrafista ya que la demanda superaba a la oferta en esos años. Prácticamente ningún alumno quedaba prestando servicio en el ejército dado la abismal diferencia en plata entre un trabajo y otro. Y me embarqué pues en esa nueva aventura en el terreno militar, pero esta vez con otras perspectivas.
Al mes algunos ya recibíamos y trasmitíamos las doce palabras que se necesitaba para sacar la licencia amateur. De manera que no avizorábamos dificultades para llegar al final del curso dando la medida de la 25 palabras requeridas y aún más. Por mi experiencia anterior la vida militar, aunque mucho más dura y si se quiere aberrante, no me era tan pesada de sobrellevar. No voy a entrar en detalles, los hay y muchos, de cosas que pasaron en ese corto período. Sólo tres de los cadetes teníamos estudios secundarios, por ejemplo, y los demás apenas si superaban el leer y escribir. Eran casi todos provenientes de zonas rurales. En aquellos tiempos para los menos preparados había solo dos opciones de laburo. Una, meterse a milico en cualquiera de sus formas. Eso aseguraba cuando menos casa, comida, un esmirriado sueldo, seguro en tanto uno no se mandara una macana demasiado grave para que lo dieran de baja; y dos meterse a trabajador municipal. A la sombra y con recomendación de algún politicastro con lo que se aseguraba también un esmirriado sueldo pero que generalmente cobraba por no hacer nada durante un horario reducido lo cual le daba la oportunidad de tener otra actividad que sumada diera una entrada aceptable.
De modo que el nivel intelectual de los cadetes que mañana serían soldados especializados era deplorable. Una tarde, en una charla informal con nuestro comandante de compañía le planteamos que pasaría si solicitábamos licencia para seguir estudios universitarios fuera del horario de clases de la escuela y le comentamos el  por que de que el ejército no se preocupara por el nivel educativo de sus miembros. A la primera inquietud nos respondió que ya había antecedentes en el sentido de que a algunos cadetes y soldados se los había autorizado a efectuar estudios fuera de la órbita militar y aunque lo veía dudoso el apoyaría la petición elevándola al Comandante del Batallón siguiendo los carriles reglamentarios. En cuanto a lo segundo la respuesta fue terminante. No se preocupaba por el nivel de los soldados por la sencilla razón de que,(textualmente nos dijo). “milico que piensa no sirve  y esto va de General para abajo”. A confesión de parte…. Seguíamos con el aprendizaje acerca del pensamiento y el accionar de las fuerzas armadas.
Mi periplo por la fuerza esta vez fue mucho más corto: apenas dos meses. Entre las cosas que más me decidieron puedo señalar dos. En una oportunidad estuve en la enfermería  varios días y eso obraba como una sanción en cuanto a la licencia de fin de semana. Esta iba del sábado al mediodía hasta el domingo a las once de la noche.  Cada sanción disciplinaria recibida durante la semana acortaba la duración de la misma. El tiempo pasado en la enfermería internado obraba las mismas consecuencias, de modo que un fin de semana me vi privado de la licencia en su totalidad. Pero eso no me impedía recibir visitas, por lo que se vinieron ese domingo mi novia y mi Vieja. El término de la visita era de una hora y había una sala reservada a tal efecto donde se disfrutaba de alguna privacidad. Cuando no habían pasado ni veinte minutos, se nos apersonó uno de los cadetes que estaba de guardia ese día y nos dijo que, por orden del Jefe de Guardia la visita había terminado. Caliente, traté de sacarle al compañero la causa de la decisión, pero el sólo había recibido una orden y me la trasmitía. Recaliente por lo injusto de la situación hube de cumplir la orden. Esas son las reglas de juego y yo nada podía hacer. Al otro día le comenté la situación al comandante de mi compañía y éste me dijo que el Jefe de guardia se había excedido al retirarme la visita sin causa aparente de que se estuviera cometiendo una infracción. Orgánicamente lo que correspondía hacer era presentar la queja, por los canales correspondientes al Jefe de la Unidad. Pero eso me aseguraba un arresto “a rigor” que no era otra cosa que pasar treinta días en el calabozo de la guardia por protestar contra un superior, por más que una vez considerado el caso por el Jefe del Batallón encontrara culpable al Jefe de Guardia y lo sancionara como correspondía. La filosofía militar para los de menor rango era, sin dudar, el “tiene razón pero marche preso”. De modo que ganando, perdía. Continuaba el aprendizaje de la tortuosa manera de ser y pensar de los milicos.
Lo que me determinó a rajarme de ese ya medio podrido ambiente, donde ni siquiera tenía el derecho de tener razón fue lo que pasó unos días después. 
Estaba toda la compañía formada para el almuerzo y a esa hora salía el hijodeputa del Comandante a recorrer la unidad y dar el visto bueno a la muestra del almuerzo que ni por las tapas se asemejaba al que nos daban en el comedor en realidad. Ya habíamos elevado las correspondientes notas solicitando su permiso para continuar con estudios fuera del cuartel y estábamos a la espera, cuando a través de su asistente, (más bien habría que decir su alcahuete), y siguiendo la cadena de mandos, (esto parece sagrado para estos descerebrados de uniforme), nos ordenó presentarnos ante él.
Él estaba de espaldas a la formación y el protocolo exigía que fuéramos a paso ligero, nos pusiéramos de frente a cuatro pasos, saludáramos y esperáramos su venia  para avanzar dos pasos y en posición de firmes presentarnos dando rango, apellido y nombre. Como el desgraciado hijodeputa seguía caminando, calcular los cuatro pasos reglamentarios se nos hizo imposible. Además la medida de los cuatro pasos dependía de lo que el considerara. Era él quien tenía el poder de decisión para marcar si eran cuatro, tres o cinco los pasos. Después de hacer toda esa pantomima militar nos comunicó que se nos denegaba el permiso que habíamos solicitado. Así, sin más ni más. Era una contingencia que teníamos prevista, así que dimos los dos reglamentarios pasos atrás, saludamos, dimos media vuelta y volvimos a paso ligero a la formación. Pensé para mis adentros: calavera no chilla, pero junta bronca. Y nosotros dimos por concluido el episodio. Pero al hacer la formación de la tarde, recuerdo que estaba toda la compañía, uno de los cabos, un pan de dios el loco, nos saca a los tres de la formación y nos dice que por orden del comandante debíamos pasar todo el tiempo que durara la instrucción de esa tarde practicando como presentarnos ante un superior. Tal parece que el guanaco había considerado que no habíamos guardado la distancia de cuatro pasos según su escala de medidas. Y estuvimos toda esa tarde repitiendo una y otra vez el ejercicio frente a los compañeros de curso. No me banqué la humillación y solicité por nota la baja en forma inmediata. La cadena de mandos tiene sus tiempos y pasaban los días y no tenía novedad.
Llegamos así al 1º de Mayo, día de los trabajadores, fiesta de guardar en el Uruguay de entonces. Nos concedieron una licencia especial y salimos disparados sin siquiera almorzar, eufemismo que se usaba para el reparto de una basofia que terminaba generalmente engordando a los chanchos que criaban en el cuartel. Nunca supimos para que ni para quien, pero seguro que no estaban por considerarse alguna hipótesis de conflicto interior o exterior.
La licencia caducaba el 1º a las nueve de la noche y como no tenía como viajar avisé por teléfono a la guardia que no iba a poder llegar esa noche. La respuesta fue también como correspondía clara, concisa y concreta: tiene que presentarse a las 2100 como sea.
No les di pelota y me quedé a dormir en casa. Ya en franca rebeldía y sin medir las consecuencias. Aparecí al otro día a las 9 de la mañana y sin siquiera anunciarme en la guardia , (no había nadie por otra parte de modo que la seguridad de la Unidad en ese momento era cero), me mandé para las barracas de la compañía. Mis compañeros siguiendo el horario normal hacía rato que estaban en clase, así que me senté a acomodar mis pilchas tranquilamente. En eso estaba cuando llegó desesperado quien debiera haber estado custodiando la entrada y me comunicó que tenía contra mí una orden de arresto a rigor por estar incurso en el delito de deserción simple, toda vez que había sido sin violencia y que me había presentado voluntariamente en la Unidad. De modo que empecé a preparar mi equipo de calabozo para pasar los próximos treinta días en cana. Estaba en esa tarea cuando llegó un sargento de la Compañía de Cadetes con una orden que decía que se me había concedido la baja del servicio el 30 de abril pasado. O sea que, sin saberlo yo ni ellos, hacía dos días había vuelto a la vida civil lo que hacía nula la famosa orden de arresto y mi condición de desertor.
En el acto levantamos un acta donde constaba la devolución de todos  los elementos que el ejército me había provisto tras lo cual lié mis cacharpas, saludé al sargento, un tipo macanudo aparte de todo, y salí del cuartel para nunca más volver a ese cuartel ni a ningún otro.
Como dije antes aprendí mucho en muy corto tiempo. Parafraseando al querido Sabalero; ¡lindo haberlo vivido pa poderlo contar! Aprendí casi todo lo que hay que saber, y lo sinteticé adecuadamente, acerca de los milicos. Cosa que me ha servido bastante, no sólo en la militancia que vendría con los años sino en la vida misma.  Y eso es todo lo que tengo que decir sobre mi vida de militar.



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