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domingo, 2 de enero de 2011

¿POR QUE? - MEMORIAS DE UN PERDEDOR

TRABAJADOR RURAL

TRABAJADOR FABRIL
TRABAJADOR ADMINISTRATIVO

CAPITULO 25 
EL DELEGADO (2)

La vuelta de Perón era inminente y la burocracia sindical tenía como tarea preparar a la columna vertebral del movimiento para soportar los golpes que sobrevendrían necesariamente cuando comenzara el reacomodamiento de todas las fuerzas en pugna, dentro y fuera del movimiento peronista. Las “fuerzas especiales” que, alentadas por el mismo Perón, habían tomado un peso propio dentro del movimiento y de la sociedad  jaqueando, con el concurso de otras fuerzas combatientes no peronistas,  a las fuerzas armadas, se oponían con fuerza al programa de conciliación de clases que impulsaría seguramente Perón conforme a la concepción que siempre tuvo el movimiento policlasista por él liderado. Esa contradicción los enfrentaba con los burócratas sindicales que, excelentes alumnos en la escuela peronista, sólo consideraban sus corruptos negociados y se desentendían de los problemas e intereses de la clase a la  que decían representar.  Lo que luego derivaría en una confrontación que escapó a lo puramente ideológico, (si es que el peronismo se puede encuadrar dentro de algún esquema ideológico), para convertirse en guerra abierta con los resultados que ya conocemos. Es muy ilustrativa  esa situación en la excelente película “No habrá más penas ni olvido” , que muestra como las diferentes fracciones del peronismo se mataban entre ellos al grito de ¡Viva Perón, carajo!
En la empresa existía la noción de que la clase obrera estaba compuesta exclusivamente por quienes vestían overall y realizaban tareas manuales que se traducía en la elaboración de algún producto que la sociedad luego consumía. No importaba que, podía ser una locomotora o un chocolatín. Esa idea excluía asimismo a los trabajadores rurales.. No sé  de que trasnochada interpretación de que trasnochado intérprete del sistema capitalista había salido esa conclusión. Que la única fuerza de trabajo que se compraba y vendía era la de los obreros que trabajaban en fábricas.
Lo curioso es que muchos años después, cuando militaba en un partido revolucionario, vanguardia indiscutida de la clase obrera, el Comité Central por orden interna nos pasa la orden casi perentoria a todos los militantes, (creo que no pasábamos de doscientos), para que nos pongamos a conseguir empleos en alguna fábrica para,(textual), ¡PROLETARIZARNOS!. Nunca pregunté por disciplina partidaria, que mierda éramos entonces y que carajo significaba ser vanguardia indiscutida de una clase a la que, según esos criterios, no pertenecíamos. O éramos mentirosos o éramos pelotudos crónicos. O ambas cosas al mismo tiempo. Como si no fuera una estupidez supina desde el punto de vista ideológico, encima se nos daba esa orden en un país CASI SIN FABRICAS, cuyo sistema productivo era esencialmente agropecuario. Hasta hoy.
 Perdónalos Trotsky porque no saben ni lo que hacen, ni lo que dicen ni lo que ¿piensan?. Guardo todavía como un tesoro esa resolución, amarillenta y media ajada por el paso del tiempo y mi mucho deambular, con la finalidad de donarla el día que abran un museo donde se exhiba lo mejor de la estupidez humana.
 Perdón por el desvío del tema pero hay cosas que me producen testiculitis aguda con serio riesgo de estallido de escroto, y esta es una de ellas.
Restablecida la calma gracias a los trapos fríos,volvamos al tema en cuestión. 
Por mis funciones administrativas, mis incursiones en la fábrica eran muy frecuentes. Debía pasar muchas horas controlando los distintos procesos de fabricación para ver que se correspondieran con los números que manejábamos quienes calculábamos los costos. Ni bien trasponía la puerta que separaba administración de fábrica me hacían notar la discriminación antes descrita. Poco faltaba para que se cuadraran como soldados en posición de firmes y saludaran militarmente a mi paso. No osaban dirigirme la palabra a menos de que yo preguntara algún dato. Ni soñar en entablar una conversación por más banal que fuera ni del tiempo, futbol o mujeres. Al menos cuando era nuevito en mis funciones. Hubo de pasar un tiempo largo hasta que un día, cansado de tanta actitud servil, le dije a un jefe de departamento, con instrucción universitaria incluida,  “che. porque no te dejas de romper las pelotas y te dejas de joder con tanto protocolo. Vos y yo tenemos el mismo patrón, que por un sueldo de mierda nos exprime como a naranjas; a vos caminando todo el día de overall y zapatillas por tu sección y a mi de saco y corbata detrás de un escritorio. ¿Cuál es la diferencia?”. A partir de esas reflexiones cambiaron de raíz nuestras relaciones y las diferencias se limitaron a las estrictas diferencias que se producían entre él que dirigía en la práctica la manufactura y yo que vigilaba que esa práctica se correspondiera con la teoría que  manejaba en los números.
Conversaciones del mismo tenor tuve con simples obreros hasta que después de un tiempo nos tratábamos de igual a igual. Si bien no había conciencia de clase al menos hicimos funcionar la identidad de clase, que si bien no es revolucionaria cuando menos no es reaccionaria y establece un puente entre pares que la sociedad trata de que no existan, contando con la colaboración de al menos la cúpula de la mayoría de los dirigentes sindicales.
Esos sentimientos conspiraban muy eficientemente para que, por un lado, al sindicato no le interesara mayormente organizar a los administrativos ya que los consideraba proclives a estar del lado de la patronal en los conflictos, y por otro lado  los administrativos miraban con recelo a una dirigencia sindical que tenía el concepto de que los auténticos obreros era los obreros de fábrica y de entrar en conflicto con la patronal el sindicato no les brindaría el respaldo adecuado. Lo triste era que ambas cosas se cumplían en la realidad, lo que hacía una tarea casi imposible organizar sindicalmente a los administrativos.
Pero la urgencia que se les planteaba políticamente a los burócratas sindicales, y que provenían directamente de la cúpula del movimiento, (léase Perón mismo), de tener el control de la mayor cantidad posible de trabajadores y poder cuando menos morigerar los conflictos que se avecinaban hizo que, al menos por un momento se disfrazaran de proletarios y apelando a su hipocresía crónica emprender la tarea de organización que se les ordenaba.
Es en ese momento que el Telar de la Historia vuelve a intercalar a esta humilde hilacha, (yo),  en el tejido para hacer sus estrambóticos dibujos.




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