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miércoles, 12 de enero de 2011

¿POR QUE? - MEMORIAS DE UN PERDEDOR

TATA



CAPITULO 35

LOS ABUELOS (7)


Habíamos convivido casi cuatro años juntos la familia de la Vieja con nosotros, visitas de Tata incluidas. Pero después de la boxiandanga liberadora de viejas tensiones resultaba imposible seguir juntos de manera que se inició la diáspora. A los pocos días Mama con el tío Baba y la tía Perusa consiguieron un cuchitril por Camino Carrasco casi Pirán. Tata siguió, creo, viviendo en una pensión y la verdad no puedo ubicar que fue de la vida del tío Chito. Nos quedamos solos en el viejo caserón donde ahora sobraba el espacio. Fue todo demasiado traumático para mí acostumbrado como estaba a convivir con al menos todas esa parte de la familia. No puedo precisar que fue de la vida de Tata exactamente que es quien ocupa la parte central de este relato. Pero es preciso decir algo a favor del Viejo. Nunca se interpuso entre la relación de Tata con la Vieja y con la relación abuelo-nieto.  No recuerdo por cuantos años le duró la bronca al punto de no querer ni hablarle pero no decía absolutamente nada si la Vieja lo iba a visitar y me llevaba con ella. Recuerdo muy vagamente de ese periodo que lo fuimos a ver un día a un lugar donde trabajaba como sereno me parece y pasamos toda una tarde juntos. El Viejo era medio rencoroso, pero sus rencores eran puramente personales y no los hacía extensivos a nosotros. Es más, la historia demostró palmariamente que tenía un corazón tan grande y generoso que fue capaz de volver a convivir bajo un mismo techo, en familia,  con Tata cuando él lo necesitó, dejando atrás viejos resquemores.  La misma actitud tuvo con Mama y los tíos llegado su momento. Tenía un carácter sumamente explosivo, y cuando explotaba, la bomba de Hiroshima era un triste  cuete comparando ambas explosiones. Pero apenas disipado el humo de la explosión, tenía la capacidad de reconstruir lo que había desparramado con sus propias manos y seguro que él era el más compungido por el daño que podría haber causado con la explosión.
Tiempo después nos mudamos a la casa de Camino Carrasco y Pirán a pocas casas de donde vivía Mama. Y aunque siguió sin hablarles por mucho tiempo a pesar de ser vecinos cercanos ahora, tanto la Vieja como nosotros teníamos libertad irrestricta e incondicional para pasar con la abuela y tíos todo el tiempo que quisiéramos.
Tata había sido militante más o menos activo del Partido colorado, en la fracción batllista, que comandaba por ese entonces (1930 más o menos) Luis Batlle, sobrino del viejo Batlle y padre del último delincuente de la dinastía en ocupar la presidencia del Uruguay antes de la debacle frenteamplista, Jorge Batlle. Cuando Terra, también colorado,  en ejercicio de la presidencia, dio un autogolpe de estado, anduvo un tiempo compartiendo la clandestinidad con Luis Batlle, Luisito como le decía el pueblo. Por ahí algún gen de militante contra las dictaduras y semiclandestinidades me llegó por esa vía y eso explicaría algunas de mis actitudes. No conozco muy bien esa parte de la historia del país. Solo se que después de unos años desapareció la dictadura de Terra aunque dejando saldos positivos según muchos comentarios que oí de joven. Como testimonio de esa relación con Luisito, le quedó a Tata una hermosa corbata de seda que Luis le había regalado y que usé bastante tiempo en mi adolescencia como parte de la “herencia” que me dejó al morir. Lo cierto que ya en la vejez y en la guasca como de costumbre, fue a verlo a Luisito, ya en función de presidente de la república, y por los viejos tiempos y algunas vicisitudes que habían corrido juntos, le consiguió un puesto de capataz en el puerto, de modo de trabajar un tiempo y retirarse con una jubilación más o menos digna. Lo de trabajar era un eufemismo cuando se trataba de un empleo público y más de esa jerarquía dentro del escalafón y que Tata aprendió en pocos días. Su tarea era a la mañana (tipo 6 de la mañana), juntar su cuadrilla, pasar lista, anotar presentes y ausentes y de acuerdo a un cronograma designarle un barco a descargar. Los ausentes siempre superaban a los presentes y él lo asentó como era su obligación en la planilla. Ese día mientras descargaban un barco y el controlaba el trabajo le dejaron caer de una lingada cerca de donde el estaba una barrica de yerba, que era la carga que traía ese barco. Si bien pudo haber sido fatal para su integridad, lo tomó como un accidente de trabajo y no pensó más en ello. Al segundo día repitió lo de la planilla de presentes y ausentes y la orden para descargar un barco. Ese día le dejaron caer uno de las ganchos que usan los estibadores que tirados desde cierta altura pueden convertirse en armas mortales, y este le cayó más cerca de lo que le había caído la barrica de yerba. Tata no era ningún caído del catre y supo de inmediato que algo no funcionaba bien y que era con él la cosa. Algo estaba haciendo que no lo hacía muy popular precisamente. Ese día, conversó con otro capataz y le contó lo que le había pasado. El otro, veterano en el oficio, le cantó clarito donde estaba el problema y cual era la solución. El tema era la planilla donde se anotaba la asistencia. Normalmente estaban presentes unos pocos que eran los que recibían la orden de trabajo del día de parte del capataz. Todos los demás tenían sus propios horarios de entrada que, por supuesto, no deberían figurar en la dichosa planilla porque eso los dejaba en infracción y expuestos  a la correspondiente sanción. Seguidamente el veterano le aconsejó como debería manejar la operatoria. Vos, le dijo a Tata, lo que tenés que hacer es venir a la mañana, ponerle presente a todos los de la cuadrilla, entregar la orden de descarga a los que estén presentes, firmar la planilla y mandarte a mudar. Ellos después se organizan y cumplen con el trabajo. Nadie se entera de nada, los barcos se descargan y todo el mundo contento. Tata vivía en una pensión en la calle Juan Carlos Gomez a dos o tres cuadras del puerto. Al tercer día, ni corto ni perezoso puso en práctica el consejo del veterano. Fue a las 6 de la mañana firmó la planilla con todos presentes y se volvió a la pensión a seguir durmiendo. Así hasta que le llegó el tiempo de la jubilación.
En esos tiempos la descarga era manual y siempre algún paquete se “rompía” por accidente. Como todo lo cubría el seguro, y formaba parte de la “operatoria” de descarga, a nadie se le ocurría contar los elementos faltantes o dañados. Era así la cosa que todas las tardes pasaba uno de la cuadrilla por la pensión donde vivía Tata y le dejaba el correspondiente paquete con su parte del resultado del trabajo del día. Así que Tata aparecía por casa con toda suerte de regalos, desde un cacho de bananas hasta juguetes importados.
Cuando hoy alguno de los que predican acerca de la moral para la gilada y se rasgan las vestiduras por el grado de corrupción en que estamos inmersos en nuestras bananeras repúblicas, con o sin bananas, se olvidan, a propósito creo yo y generalmente con fines electorales, que la corrupción venía en el baúl más grande que traía Colón en la Niña, la Pinta y la Santa María y eso está debidamente documentado. Trotsky en su folleto SU MORAL Y LA NUESTRA, deja bien en claro que la moral de una sociedad es la moral de su clase dominante. Y nuestra clase dominante nació corrupta y no podría existir sin la debida corrupción. Por eso si un representante de la clase dominada decide en algún momento retirar del fondo común de la sociedad una parte de lo que esa misma sociedad le roba toda su vida para vivir un poco mejor o a veces simplemente para sobrevivir no debiera ser estigmatizado por la hipocresía de esa clase que impone la moral sólo cuando sus intereses pueden ser afectados.  Pero eso es parte de otra discusión más profunda que excede el motivo de estas líneas.
Creo que después de jubilado, y acá puede ser que se me entreveren los tiempos cronológicos, y tampoco sé por que causa aunque me lo imagino, Tata se vino a vivir con nosotros. Fueron tiempos hermosos. La estructura familiar era casi perfecta para nuestra salud y desarrollo mental, más allá de los nubarrones que dos por tres aparecían como en cualquier familia. Teníamos padres, abuelos y tíos, cada cual cumpliendo más o menos su función histórica. Un lujo que no muchas familias se pueden dar hoy día de acuerdo a los desbarajustes sociales que conforman esta sociedad de transición.
Pero lo bueno, al menos para los pobres suele no durar mucho. Tata contrajo tuberculosis, y yo me contagié aunque muy incipientemente.  No existían a la sazón los medios con que hoy se cuenta para combatir la enfermedad, común en aquella época y que erradicada ha vuelto a aparecer como resultado de la pobreza y las pésimas condiciones de vida a las que se ha llevado a amplias franjas de población.
Los tratamientos eran largos y exigían aislamiento en hospitales especializados. Otra vez la familia sufriría separación, Tata permaneció internado y aislado un tiempo. Como lo mío era muy leve la recuperación la hice en casa. Pero eso demandaba gastos que el Viejo no estaba en condiciones de afrontar. Conseguir esos fondos comprometió la situación económica de la familia por largos años. En total demandó un año mi total recuperación. Muchos años me acompañó un sentimiento de culpa que me atormentó bastante. Fueron años muy negros de los cuales prefiero no acordarme. Pero no hay mal que dure cien años y esa mala época también pasó. No sin dejar huellas, pero pasó. Y acá tengo otro vacío en mis recuerdos. No recuerdo, y quizás alguien me pueda ayudar a llenar ese vacío, nada de la vida de Tata. Veo, pero como en medio de una niebla que el se fué, o pasaba mucho tiempo en su San José natal con su familia de origen y que cada tanto venía a visitarnos sobretodo los días de cobro de su jubilación. Creo haber escuchado que unas polleras lo retenían por allá e incluso una hija nacida de esa unión. Volvió a entrar de lleno en nuestras vidas cuando ya nos habíamos mudado para la casa de Oficial 8. Yo ya estaba yendo al liceo, asi que habían pasado algunos años ya. Estaba muy enfermo. Un cáncer de esófago, que según estudios que he leído, tiene una alta incidencia entre los uruguayos,  por el hecho de tomar mate con agua hirviendo, tal nuestra costumbre. Sin pensarlo siquiera el Viejo le hizo un lugar en la modesta casucha que teníamos. Su sentimiento de solidaridad no lo hubiera dejado nunca de a pie y menos en esa circunstancia. Y tomó, sin que hubiera necesidad de pedírselo, la tarea de asistirlo y cuidarlo como si fuera su propio padre. Daba así por saldadas viejas cuentas y rencores. Por haber sido milico, le correspondía toda la atención en el Hospital Militar, quizás el más y mejor provisto de la época.  Estudios y análisis varios que terminaron con la determinación de uno de los mejores cirujanos de intervenirlo quirúrgicamente. Siete horas duró la intervención y en opinión del cirujano había sido un éxito total. Había que encarar ahora un más o menos largo periodo de recuperación, y de ahí en más una vida ordenada y austera para asegurar un tiempo largo de sobrevida. Con alegría por haber pasado el mal trance, todos participábamos de la tarea. Teníamos un terreno bastante grande y estábamos haciendo una buena huerta familiar que ya empezaba a proveernos de verduras frescas y naturales. Criábamos en un galpón que había sido tambo en su época alguna gallinas que nos proveían de huevos caseros y frescos, con lo cual el tema de la buena alimentación funcionaba bastante bien. Como hombre de campo que había sido cuando se sintió recuperado nos ayudaba y encima nos enseñaba cosas referentes a la huerta. La cosa marchaba viento en popa. Su recuperación total estaba al alcance de la mano y se veía a ojos vista.
 Por ahí fue la nostalgia de ver de nuevo a su hija chica, o la necesidad de mujer, que había sido uno de sus talones de Aquiles, nuca lo  sabremos. Lo cierto es que un día armó su valijita de cartón y se mandó a mudar, contra nuestra opinión, a San José. Viejo y cabeza dura no quiso oír nuestros argumentos.
Para entrar a casa había que subir dos escalones. La puerta nunca tuvo llave. No hacía falta en esos tiempos. Una tarde en la que no había nadie en casa entro y me lo encuentro sentado en un banquito con su valijita al lado. Su aspecto lo decía todo. no tenía ni fuerzas para subir los dos escalones. Apenas podía hablar, así que lo ayudé a subir los escalones y lo ayudé a acostarse. Tal parece que el trajín en San José había sido mayor que el que podía soportar. El Viejo lo llevó urgente al Hospital a ver que se podía hacer. En esas condiciones era poco y nada. Venía herido de muerte. No recuerdo cuantos días estuvo internado. Tenía la costumbre de taparse la cabeza para dormir. Una tarde, como llevaba muchas horas en esa posición, el enfermero lo destapó para ver como estaba.
Se había dormido y ya no despertó. 

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