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viernes, 14 de enero de 2011

¿POR QUE? - MEMORIAS DE UN PERDEDOR

MAMA

CAPITULO 36

LOS ABUELOS (8)

Mama es sin duda el mayor desafío que me presenta esto, que de algunos apuntes sueltos con recuerdos parciales, se va convirtiendo por fuerza propia en casi un libro con una parte de mis memorias o más bien relatos de hechos que he vivido y han dejado su huella y jirones de la tela que va tejiendo el telar de la historia.
El desafío estriba en que es lo que quedará registrado y que no. Elección difícil si las hay. Sucede lo mismo con los demás integrantes de la familia que han desfilado hasta ahora y de los cuales apenas si han quedado registrados solo algunos, los menos, recuerdos que han venido a mi memoria. Quizás si hubiera emprendido esta tarea 20 años antes, pudiera haberla planificado un poco mejor, y la historia y el consiguiente legado a las nuevas generaciones aparecería mucho más completo. Pero como dicen ahora, es lo que hay, y los que aprecien la idea de saber de donde provienen, tendrán que conformarse con este pantallazo muy general que intenta ubicarlos en tiempos y espacios ya trascurridos y con una visión parcial ya que es sólo la mía.
Por datos que fui recogiendo en el tiempo, la vida de Mama fue muy dura, lo que configuró al menos en lo que se podía ver una personalidad muy dura, con resentimientos y rencores, que muchas veces no se molestaba en ocultar. Y que, en ocasiones eran francamente agresivos. Las condiciones del entorno en que uno desarrolla su vida determinan sin duda su actitud ante la vida, ya que en ello va nada menos que la supervivencia.
Pero ni bien uno lograba traspasar esa coraza protectora encontraba un ser con una capacidad de amar extraordinaria.
No conoció a su padre, Su madre, aunque la madre era poseedora de campos en Entre Ríos prefirió, vaya a saber por que,  la vida nómade de peona de estancia. Tenía un carácter bastante agreste y no aguantaba muchas pulgas, así que cuando algo no le gustaba, ahí nomás pedía que le arreglaran las cuentas, hacía su atadito con sus cacharpas y las de Mama y se mandaba a mudar en busca de otra estancia. Tuvo otros hijos, producto quizás de amoríos pasajeros, o fruto de la costumbre casi feudal de esa época del derecho de propiedad que los patrones hacían extensivos a los seres humanos que trabajaban sus tierras sobretodo a las mujeres. Lo concreto era que esos hijos, sin importar su procedencia, quedaban  en las estancias donde habían venido al mundo. Puede que parezca cruel y despiadado, pero hay que verlo a la luz del contexto histórico donde se podría decir que era casi normal que esas cosas sucedieran. Aunque hoy día hay lugares en que sigue sucediendo y a veces con más saña, ya que hoy ha dado lugar a una deleznable actividad económica: la venta de esos bebés.
La única que conservó como compañera de andanzas, también sin que llegara hasta nosotros el porqué, fue a Mama. De esos años y esas andanzas nos contaba Mama una y otra vez historias que atesoraba en su memoria. Cuando la tecnología me permitió tener un grabador siempre tuve la intención de sentarnos una tarde, como cuando éramos chicos y grabar, de su boca esas historias que nos sabíamos de memoria por aquello de la trasmisión oral. Pero junto con la intención, aparecía la  malhadada idea de dejarlo para después y después es nunca. Así nos perdimos, por mi desidia, un documento que hoy sería invalorable, porque no es lo mismo que yo lo cuente a que ella lo hubiera hecho. Por ahí, más adelante, sin la urgencia por dar este pantallazo general, pueda hacer un aparte y trascribir al menos las historias que recuerde.
Mama me crió hasta los tres o cuatro años. Todos esos años que vivimos juntos hasta que el episodio de la batalla del conejo, provocó la separación que ya he relatado. Prueba de ello es que no tengo prácticamente recuerdos de la Vieja de ese periodo de la historia. Puede haber sido por ser el primogénito, o porque descubrió un canal por donde hacer circular todo ese amor que escondía bajo su apariencia de mujer dura e inmutable, lo cierto es que el único contacto que le permitía a la Vieja era el momento de amamantarme. Según me contó la Vieja, todas sus otras funciones de madre le estaban vedadas por Mama en una situación no muy regular, pero así eran las cosas. Una vez, aprovechando que Mama no estaba, me vistió y decidió salir a dar una vuelta. Tomó el tranvía hasta el Centro y volvió; ese fué todo el paseo con su bebé. Al volver estaba Mama esperándola y ni bien entró le sacudió una torta por el “temerario” acto cometido encima sin su permiso. Que los sicólogos se entretengan tratando de buscarle una explicación. Con ese desplazamiento de funciones no es nada raro que no tenga prácticamente recuerdos de la Vieja hasta después de  la separación forzosa que trajo aparejada la “batalla” del conejo. No es extraño pues que en mis primeros registros aparezca la figura de Mama y en segundo lugar la del Tío Baba.
La casona estaba situada al fondo de otra casa donde también un par de abuelos criaban a sus nietos y debíamos recorrer un largo pasillo hasta llegar a la vereda, que en ese tiempo no existía como tal sino que toda la calle era de tierra. El entretenimiento diario, mientras el tiempo lo permitía era ir a la “vereda” y hacer un pic-nic. Allí juntábamos palitos y simulábamos una fogata de campamento, mientras tomábamos mate de leche que a mí me encantaba. Pasaba esperando con ansiedad ese momento del día que me dejaba una sensación de paz y felicidad como muy pocas veces he disfrutado en la vida. La única cosa que me dejaba un sabor triste era cuando me cantaba, a veces, la zamba Mama Vieja, que había hecho popular Antonio Tormo. Tenía una hermosa voz y prácticamente no desentonaba.
 Relata la historia de un mozo que deja su casa para ir a hacer su vida. Se dirige  a su madre llamándola Mama, como nosotros le decíamos a la abuela, y en la canción creo que no volvía a verla. “Cuando salí del pago, le dije adiós con la mano, y ud. quedó mama vieja muy triste en la puerta´el rancho”. La imagen que se creaba en mi cerebro cuando escuchaba esa frase era de una tristeza tremenda. No me imaginaba despedirme de Mama y verla quedarse triste en la puerta de casa. “Y enderecé por la senda con mi bagaje de sueños”. Quizás era premonitorio. Veinte años después hice lo que el mozo de la canción. Salí al camino, que resultó el exilio, con mi bagaje de sueños, y aunque no me lo dijo estoy seguro de que debe haberse quedado muy triste cuando le hice adiós con la mano. Lo más triste venía después. Mama siempre me decía cuando a veces salíamos de noche y nos poníamos a mirar el cielo, que cuando ella se muriera iba a estar en una estrella, (y me señalaba una que ni recuerdo ya), vigilando y cuidando que nada malo me pasara.
 “Yo sé que por las noches desde una estrella me mira; usted se fue mama vieja y mi alma llora y suspira”, seguía diciendo la canción que parecía haber sido escrita por ella.
 No tenía a esa edad todavía el sentido de la muerte, pero quedaba con una sensación de profunda tristeza cuando me cantaba esas palabras.
He tenido tres episodios de percepción extra sensorial y uno de ellos tiene que ver con Mama y esta canción.
Pero quedará para la próxima.

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