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lunes, 3 de enero de 2011

¿POR QUE? - MEMORIAS DE UN PERDEDOR




CAPITULO 26

EL DELEGADO (3)

Creo que la reglamentación preveía dos delegados dado el número de empleados. La campaña fue corta y sin muchos trámites. La “fuerza” más numerosa y mejor organizada era la Juventud Trabajadora Peronista, (JTP). Situada a la izquierda del peronismo, confrontaba abiertamente con la burocracia sindical que pertenecía al peronismo ortodoxo y respondía directamente a los lineamientos de Perón. Ellos me candidatearon. Por ideología y nacionalidad me bautizaron “El Tupa”, aunque nada me conectaba a una organización que incluso ya había sido derrotada militarmente. Pero me quedó el mote y de ahí en más fui simplemente el tupa. El otro candidato lo propuso la Comisión Interna, conformada solamente por obreros de fábrica y que respondía totalmente a las autoridades del sindicato. Un muchacho muy macanudo, que no tenía ninguna militancia política ni sindical, pero que en razón de la sección donde trabajaba también tenía mucho contacto con la parte fabril. No recuerdo si hubo más candidatos y creo que yo saqué la mayoría de los votos aunque tampoco estoy muy seguro ni hace demasiado a la cuestión. Sé que una vez realizado el escrutinio y llenadas las formalidades burocráticas del caso quedamos instalados con anuencia tanto del sindicato como de la patronal como delegados oficiales del sector Administración. Jerárquicamente estábamos por debajo de la Comisión Interna que era la habilitada para discutir cualquier problema que se gestara entre obreros y patrones, pero el sindicato asumió el compromiso de incorporar a uno de nosotros a la Comisión Interna ni bien llegara el tiempo de elegir una nueva por agotamiento de su mandato. Las circunstancias políticas que se precipitaron en el país dejaron en aguas de borraja la idea. Pero no adelantemos el fin de la historia, que resultó muy significativa, al menos para mi experiencia política, hasta ese momento exclusivamente teórica. Para empezar quedamos comprendidos dentro de la inmunidad que nos proporcionaba nuestra condición de dirigentes gremiales. Esto era así por la modificación que se había introducido en la ley de asociaciones profesionales. Era una inmunidad tal cual la parlamentaria. No podríamos ser detenidos por la policía al menos de ser atrapados en in fraganti delito, o sea con las manos en la masa, y para poder detenernos o iniciarnos alguna causa judicial debería el sindicato desaforarnos previamente. Eso en lo general. En la empresa podíamos hacer uso de permiso gremial y andar todo el día si hacía falta fuera de la sección donde pertenecíamos “consultando” ya sea con la Comisión Interna, entre nosotros o con compañeros que nos presentaran alguna consulta sobre algún problema. Acostumbrados a un sistema casi esclavista, al menos en mi caso, que tenía un jefe que nos controlaba hasta cuantas veces íbamos al baño, mi desquite no se hizo esperar y le hacia la vida imposible vagando todo el día, ahora reglamentariamente. Fueron días de gloria. El sabor del poder es insustituible y la sensación de omnipotencia insuperable, sobre todo ejercida contra quien se había pasado verdegueándome tanto tiempo creyéndome un ser inferior sólo por mi posición en el escalafón.  Quizás por eso sea que el poder al final corrompe si uno no tiene el suficiente equilibrio moral.
Todo lo bueno dura poco. Por los canales correspondientes la queja llegó al mismísimo sindicato y se llegó a un acuerdo en cuanto a los “permisos gremiales”. Se inventó un pequeño formulario que imprimió la misma imprenta que tenía la empresa donde se debía dejar constancia de la hora de salida de la sección y la hora de salida de la sección adonde un compañero nos llamara por algún problema certificada por el jefe de dicha sección. Aunque `protestamos por el acuerdo que se había hecho a nuestras espaldas, (después se harían muchos otros y más importantes entre sindicato y patronal), aduciendo que se coartaba la libertad gremial, tuvimos que adaptarnos a las nuevas circunstancias. Como el contexto político daba para que los sindicatos tuvieran carta blanca para cualquier despropósito mientras no contradijeran los lineamientos partidarios, seguimos pidiendo licencia gremial y fueron tanto los papeluchos a firmar que hubieran necesitado abrir una nueva sección para que llevaran el control de los mismos con que al tiempo cayeron por su propio peso en desuso y volvimos a la de antes. Pero no todo era vagancia pura. También le dimos un importante impulso a la organización de los trabajadores. Realizábamos asambleas en horario y lugares de trabajo, por sección y generales donde todos se expresaban entre descreídos y extrañados. Los más viejos en la empresa apenas recordaban alguna oportunidad de esas y nosotros la practicábamos con asiduidad. Así logramos que se empezara a reclamar por diversas reivindicaciones. Algunas se lograron por medio de la acción directa. Logramos parar varias veces en pocos meses ya sea secciones o la generalidad de Administración. Sindicato y patronal pararon las orejas. No  podían creer que dos tipos casi desconocidos, sin experiencia previa hubieran logrado tamaña movilización después de muchos años de letargo. Nuestras acciones iban en alza permanente. Estuvimos en un tris de tomar la empresa, fábrica y administración. Los planes ya estaban delineados en el sindicato e incluso nos aseguraban las armas necesarias. Se estaba pergeñando a nuestras espaldas todavía el famoso Pacto Social y la CGT quería llegar a esa discusión desde una posición de fuerza que le asegurara alguna ventaja y era común la toma de fábricas y lugares de trabajo. Por suerte no llegamos a esas instancias. Más tarde nos enteramos que el tremendo problema gremial era el traslado de una compañera de la sección laboratorio donde aparte de no servir para gran cosa se rascaba el higo gran parte de su jornada laboral. Pero tenía una particularidad que le daba cierta importancia. Mantenía ciertas relaciones extralaborales con un compañero de la Comisión Interna que, caballero andante, defendía el honor de su dama y sus pocas ganas de trabajar. Puede que parezca un despropósito pero esa seriedad tenía a veces la “lucha” de los trabajadores.
Por cuestiones de reglamentación y jerarquías no podíamos participar en ninguna negociación directa con la patronal. Pero dado el vuelo que habíamos tomado y el prestigio ganado, en una reunión donde se iban a tratar temas que hacían a los empleados de administración y habida cuenta de que los miembros de la Interna no estaban al tanto adecuadamente del convenio colectivo en esa parte, fui invitado, con la anuencia de la patronal, a participar de una de esas discusiones. Por los patrones concurría el Jefe de Personal. Un viejo déspota y avinagrado que si el convenio lo hubiera autorizado a usar el látigo en la empresa lo hubiera hecho con mucho gusto. Por suerte al tiempo el Señor lo llamó a disfrutar de su morada. Según reza el dicho sólo se lleva a los buenos. Si eso es cierto esta vez se equivocó feo.
En algunas cosas acordamos, en otras no y quedó para estudiarla por su parte y darnos una respuesta posterior. Pero cuando llegamos al capítulo que hablaba de las categorías del escalafón donde se especificaban que función debería cumplir cada empleado nos topamos feo. No recuerdo el texto pero sí que había una coma que dependiendo de como él la leía, dejaba fuera de esa categoría a un montón de compañeros que, cumpliendo tareas de esa categoría no podían acceder a ella. Discutimos largo y tendido por esa coma y su forma de interpretarla era tan retorcida que no se podía sostener frente al análisis idiomático y ni que hablar del espíritu de quienes había redactado el convenio. Acorralado no tuvo mejor idea que pedirle a los de la Interna sus pareceres. Aún con sus pocas luces intelectuales, todos apoyaron mi interpretación. Ahí terminó la discusión y la reunión. Se fue sin siquiera saludarme aunque fuera por cortesía. Como esta era una reunión oficial, la empresa se vió en la obligación de reinterpretar el convenio colectivo en lo que hacía a las categorías con lo que muchos compañeros que por años estuvieron postergados fueron encasillados como correspondía con la consiguiente mejora salarial. Tiempo después un compañero de la Interna, me confió que en una reunión posterior el Jefe de Personal les dijo (por mi): “a ese no lo traigan más.” Cuando se corrió la bola de cómo había sido lograda esta reivindicación, a la hora del almuerzo se hizo una asamblea espontánea donde fuimos aplaudidos. Como representantes de nuestros compañeros ante los patrones, habíamos logrado lo que en años nadie lo había intentado siquiera. Estaban presentes un par de compañeros de la Interna que, a partir de ese día, empezaron  a mirarnos de reojo. Estábamos en la cima. Pero todo lo que sube tiende en algún momento a bajar. Acontecimientos políticos que no dependían de nosotros nos iban a arrastrar a un peligroso tobogán, Pero esa es otra historia.

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